El Chato Matta llegó al restaurante por un sabroso chanchito a la caja china con ensalada fresca, papitas doradas y ajicito molido. “María, recibí el llamado urgente del maestro Pancholón. ‘Chatito -me dijo en voz bajita- ven al toque a mi depa de soltero, guarda con los largadores como Chotillo, estoy escondido’.
Fui y encontré a Panchito echado en su cama y con un tremendo chichón en la frente. También le vi un ‘chupetón’ en el cuello. ‘Causita, no me mires con esa cara. Solo piensa que son gajes del oficio. Tú sabes que estuve a punto de irme para la otra, los médicos me salvaron la vida y ya me estoy recuperando. Pero las loquitas me persiguen.
Cada cierto tiempo me topo con alguna mujer que tiene una ‘pelea de gatos’ en la cabeza. Por ejemplo, una morocha desquiciada, la loca Elizabeth, me acosaba al punto que tuve que pedir garantías para mi vida. Me seguía y se aparecía en los bufetes de abogados donde trabajaba. Enamoraba a mis amigos para que le datearan mis movimientos y una vez me quiso atacar con una navaja en el hotel. Hasta llegó el Serenazgo.
Llamaba a mi casa y le decía a mi viejita puras mentiras. ‘Señora, su hijo está pepeado en La Posada. Vaya a recogerlo, parece que se va a morir’. Una vez, en el hotel, se sirvió una chela, echó ‘Campeón’ y amenazó con tomárselo si yo no le firmaba un papel -que había preparado-, donde yo prometía separarme de mi esposa. Fue la gota que derramó el vaso. Hablé con su familia y alarmados, la mandaron a Europa.
Luego conocí a la psicóloga. Ella se mostraba muy amorosa conmigo, pero una noche me quiso ahorcar. Después apareció la Nena. Fue a mi consultorio con un pantalón apretadito y una cinturita de avispa. En el Callao le dicen la doble de Tilsa. Llegó como cliente de mi socio, pero él no estaba, y me clavó una mirada que me desnudó. ‘Doctor Pancholón, me han hablado mucho de usted. La vez pasada lo vi en televisión. Podría hacerle una consultita, pero no tengo cómo pagarle’, dijo toda melosa.
Me la llevé a comer un cebiche a Chucuito y tomamos unas chelitas. A la hora ya estábamos chapando y dos horas después, en La Posada, me sorprendió. La primera semana me ‘secuestraba’ todas las tardes y se iba rapidito cuando su novio la llamaba por celular. Pero cometí el error de pedir más trago a la habitación.
El licor la desquiciaba. Comenzaba hablándome de mi mujer: ‘Desgraciado, cochino. Qué haces con esa si yo te doy lo mejor. Eres una basura’. Una noche estaba encima de mí y volvió a insultar a mi pareja, gritando: ‘¡Ya pues, tú y ella se van a encontrar en el infierno. La voy a matar y a ti también!’. Por eso, estoy aquí escondido. Esa loca es capaz de todo. Voy a colgar los chimpunes por un tiempo. No sé por qué me pasan estas cosas si yo soy un caballerito con ellas’”. Pucha, ese señor Pancholón es un sinvergüenza. Me voy, cuídense.