El Chato Matta llegó al restaurante por un poderoso asado con puré, arrocito blanco y rocotito molido. Después se tomó una agüita de cebada tibiecita. “María, el gran Pancholón tiene una energía brava, parece que los años no pasan por él. Se dio una escapadita al hotel con sauna y jacuzzi con la ‘señora de las cuatro décadas’, que siempre pide más y más.
Recién resucitó ayer oliendo a ron y me invitó a su sauna favorito donde el Chinito Richard y Nilson lo atienden como rey. Pusieron hierba fresca con eucalipto, hierbaluisa, muña, manzanilla y cáscaras de naranja. El abogado mujeriego pidió un par de cervezas heladitas para cortarla y contó sus historias, que son realmente alucinantes y las leen en España, Estados Unidos y hasta en Japón.
‘Chato, todos me ven ganador, soy un mujeriego de mil batallas, pero mi corazón también ha sido golpeado. ¿Te acuerdas de Cindy? Fue una de las pocas que me movió el piso. Cuando la dejé porque me quiso poner presión, se metió con un zambo dueño de discotecas que era un atorrante y hasta me quiso hacer la bronca. La conocí cuando recién me había casado. Recuerdo que la conquisté con una botellita de pisco en un point por la avenida La Marina.
Las mujeres que me conocen y han pasado por La Posada dicen que tengo el corazón de piedra, porque nunca me enamoro. La verdad es que solo amé a la que fue mi esposa, pero no puedo negar que un buen tiempo Cindy me tenía loco. Desde que la vi le tiré maicito y a la primera la invité a bailar una salsa sensual.
De arranque me dijo: ‘Así que tú eres Pancholón, tremendo jugador. Te he visto desde mi ventana con varias mujeres, eres terrible’. Mi fama era grande en el Callao y a ella le había picado el bichito de la curiosidad’.
‘Esa misma noche me la llevé al depa de un abogado que para de viaje -y me deja la llave- y comprobé su hermosura por dentro y fuera. Con los días se metió en mi bobo.
En ese tiempo le cantaba al oído un tema del zambo Cartagena: ‘Sin ti, no hay nada sino estás tú/ Sin ti, se apaga el amor/ Sin ti, se apaga el amor...’. Tenía la cabeza caliente. Por un momento pensé dejarlo todo para irme con Cindy, pero después reaccionaba y, como buen ‘zorro viejo’, me decía ‘no pasa nada, el varón parador no se enamora en la calle. Si ella se metió conmigo sabiendo que era casado, después me la va a hacer a mí’. Hasta que salió embarazada. Ahí me puse serio.
Ella ponía mi mano en su vientre y me decía: ‘Va a ser gordito de ojos verdes como tú, hasta sacará la lengüita’. Volví a la realidad. Por cosas del destino perdió al bebé y lloró como una niña, pero yo ya estaba en otra. Algo se rompió entre nosotros y me fui alejando.
La volví a ver hace unos años. Madurita y con mejor cuerpo. Me contó que, en dos meses, se iba a casar con un viejo estadounidense y se iría a vivir a Houston. No resistí la tentación y le invité unos tragos. Volvimos después de años a La Posada y, en medio de la oscuridad, me susurró: ‘Nunca te pude olvidar, Panchito. Tú eres el único que me hizo sentir mujer. Siempre voy a ser tuya, así me case con ese gringo para asegurar la ciudadanía norteamericana’.
Pero yo ya estoy curado de ‘floros’ baratos. Total -pensé-, por qué ser solo de una si puedo ser de todas’”. Ese señor Pancholón es un tremendo sinvergüenza. Terminará viejo y solo por cochino. Me voy, cuídense.
MÁS INFORMACIÓN:
Contenido GEC