La adolescencia es una etapa de cambios intensos que puede generar tensiones entre padres e hijos.
Los conflictos suelen surgir por la búsqueda de independencia del adolescente y el deseo de los padres de protegerlo.
Para abordar estas diferencias, se debe establecer una comunicación abierta y respetuosa.
Los padres deben escuchar sin interrumpir ni juzgar, validando las emociones de su hijo, aunque no siempre estén de acuerdo con sus puntos de vista, y establecer límites claros, pero flexibles.
Los adolescentes necesitan reglas que les brinden estructura, pero que no los hagan sentir sofocados y/o ahogados.
Es importante negociar acuerdos en lugar de imponer normas.
Además, los padres deben modelar comportamientos positivos, como la gestión del estrés y el control de las emociones, para enseñar a resolver problemas de manera constructiva y con el ejemplo.
Reconocer los logros del menor y apoyarlo en sus intereses refuerza la confianza mutua, convirtiendo los conflictos en oportunidades de crecimiento para la familia.
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