Parecía un thriller policíaco lo que vimos por la televisión el jueves pasado. Un grupo de fiscales anticorrupción allanó las oficinas de la Dirección de Administración del Congreso, en busca de pruebas de los escandalosos contratos sobrevalorados de televisores, teléfonos celulares, bufés, alfombras, alquileres de estacionamiento y viajes al extranjero para los mal llamados ‘padres de la patria’.
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Nunca antes, que recuerde este columnista, había ocurrido una situación cinematográfica similar. Una vergüenza.
Las irregularidades, descubiertas por la prensa independiente, han provocado la repulsa ciudadana y acrecentado el descrédito del Parlamento.
Los congresistas se disparan a los pies. Lo que hacen es darles municiones a aquellos violentistas y zurdos que piden que se vayan de una vez, para continuar creando más caos en el país y luego instaurar su inconstitucional asamblea constituyente que acabe con la democracia y la libertad de prensa.
Lejos de enmendar su error, varios de ellos salieron a defenderse con argumentos absurdos y provocadores. El campeón fue el congresista Jorge Montoya, de Renovación Popular.
“Nosotros trabajamos hasta la una de la mañana sin pago de horas extras. Querrán que comamos alfalfa, seguramente”, dijo suelto de huesos cuando se le preguntó por el aumento astronómico de 80 soles por cada bufé que comen los parlamentarios durante los plenos. CV
Si ya la ciudadanía había quedado herida por ese escandaloso precio y la declaración de Montoya, lo peor llegó el jueves cuando la periodista Thalía Cárdenas, de El Comercio, publicó otra bomba periodística: el Congreso compró 68 pasajes aéreos para viajes al extranjero en diciembre del año pasado, en plena crisis política, luego del golpe de Estado de Pedro Castillo y cuando la ola violentista se acrecentaba.
Viajes en el Congreso
El paquete costó ¡312 mil soles! Los destinos eran aquí cerquita nomás: Francia, Rusia, Bélgica, México, Islandia, Indonesia, El Salvador, Canadá, Costa Rica, Cuba, Dinamarca, Panamá, Trinidad y Tobago y Estados Unidos.
Lo sintomático es que en el contrato no se estipulaba los días del 2023 que se realizarían esos viajes, tampoco el itinerario y menos los nombres de los parlamentarios que se beneficiarían con ellos.
La respuesta que dio la Oficina de Administración respecto de esa compra de pasajes es insólita, de antología: se hizo por “previsión” y los destinos se definieron según “consumo histórico”.
Si bien se trata de una responsabilidad administrativa, el que ha salido magullado con lo ocurrido es el presidente del Parlamento, José Williams, quien está en la mira de los defensores del golpista Pedro Castillo para sacarlo de su cargo.
Su reacción ha sido rápida al aceptar la renuncia del oficial mayor, José Cevasco, y tres funcionarios administrativos más. Eso, sin embargo, no basta. El daño ya está hecho.
Como un acto de arrepentimiento, los congresistas deberían empezar a comer alfalfa, un producto que tiene importantes aportes nutricionales para los humanos. Tal vez eso los ayude a ser mejores personas. Nos vemos el otro martes.
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