Mi amigo taxista, el Chato Matta, llegó al restaurante por su cebiche de cojinova y una sabrosa jalea mixta. Para tomar, pidió una chicha morada heladita. “María, la semana pasada te contaba de la terrible experiencia que tuve en Año Nuevo con Any, una chibola con la que demolíamos hoteles y búngalos, en la playa Venecia. Fueron meses de puro fuego. Íbamos a las piscinas y ni nos bañábamos, no salíamos del ‘cuartito’. Se estaba pegando demasiado. Era un juego sexual, nada más. ‘Telo’, chelitas, un rico menú y su pasaje a Ventanilla, donde ella vivía. En ese tiempo todavía no tenía mi carrito y había salido del ministerio, pero sin que aún me pagaran mis beneficios. La verdad es que me amó misio. Pero se estaba obsesionando conmigo. Llamaba a casa de mi viejita de madrugada para saber si estaba durmiendo, la amenazaba, lloraba, estaba matándola de los nervios. Esa relación debía terminar. Y le hice la de Peter Coyote a la bella Emmanuelle Seigner en ese peliculón de Roman Polanski, ‘Luna de hiel’. Coyote ya estaba cansado de la bellísima y escultural francesa que se había loqueado con el norteamericano. Este era un mujeriego empedernido y el mujerón intentó suicidarse. Cuando salió del hospital, Coyote la trató con exagerado amor, le pidió perdón y le dijo que debían reforzar su amor con un viaje de luna de miel a una paradisiaca playa de Jamaica. Ella estaba feliz.
Subieron al avión y cuando estaban sentados, el hombre dijo ‘voy al baño’ y nunca regresó. El avión partió con la francesita abandonada rumbo a un país desconocido. Cuando regresó, ella planeó una cruel venganza, pero esa es otra historia. Yo le dije: ‘Any, mi amor, vamos a pasar Año Nuevo en una discoteca de Punta Hermosa’. Y ese 31 de diciembre hasta le compré ropa: una minifaldita, un polito con el que se le veía el ombligo y unos zapatos de taco alto. Ella estaba contenta. ‘Nos encontramos en la puerta de la boutique de Plaza San Miguel a las ocho de la noche’, le señalé. Pero yo nunca iba a llegar, pues tenía que irme a un tono en Pachacámac con mi mancha. Era joven e inmaduro y no calculé el daño psicológico, pues llegó cambiadita a la hora puntual y no encontró a nadie. Allí desapareció de mi vida y se fue a Canadá con un gil que siempre la había pretendido. Este Año Nuevo regresó y me invitó a pasarla bonito en la playa, pero cuando llegué al sitio, me recibió una batería de ‘pirañones’. ‘¡Esto es de parte de Any!’, gritaron mientras escuchaba balazos. Pancholón me mandó dos guardaespaldas recibidos de la ‘Universidad de Sarita Colonia’. Pero Any me sigue llamando y ahora llora y me pide disculpas, dice que me ama demasiado y quiere que me vaya a Canadá con ella. Yo no confío. Tiene una pelea de gatos en la cabeza”. Pucha, el Chato Matta se pasa, también tiene sus historias como el cochino de Pancholón. Me voy, cuídense.