El Chato Matta llegó al restaurante por una causita de langostinos y un pescadito a la chorrillana con rocotito molido. También se pidió una jarrita de limonada frozen. “María, los años no pasan en vano. Ahora cuando me tomo unos tragos, al día siguiente me duele todo, hasta la punta del pelo. Como enero es un mes de ‘vacas flacas’, estuve trabajando parejito y en la noche acababa muerto. En cinco minutos quedo privado en mi cama. Ya estaba llegando a mi casa y sonó mi celular. Era el gran Pancholón, el abogado mujeriego, recién llegadito de Miami. ‘Chatito -me dijo en tono bajito-, tú eres mi hermano. Solo confío en ti. Desde que regresé de Estados Unidos estoy escondido en una casa de playa. Como la mayoría se va al sur, yo estoy por el norte’. ‘Pancho, ¿qué pasó?’, le pregunté. ‘Chatito, todo empezó los últimos días del año pasado. Llegaba a mi oficina y vi en la puerta a un mujerón. Morochita, buenas caderas, bien al tinte y colorete rojo. Era una venezolana hermosa con un pantalón jean apretadito y un cuerpito mejor que el de Dorita. Me hice el sobrado y pasé de largo, pues sabía lo que venía: ‘Doctor, disculpe que lo interrumpa. Lo estaba esperando. Tengo un gran problema y necesito su ayuda. Mis papeles no están en regla y me pueden sacar del Perú’.
Cuando pronunció esas palabras, acercó sus pechos hacia mí. ‘Un secretario mañoso me hizo una propuesta indecente para ayudarme, pero es feo y huele mal. Si al menos fuera guapo y tuviera lindos ojos como usted. Me encantan...’, y me lanzó una mirada seductora. ‘Espérame un ratito’, le contesté. Llamé a mi secretaria y le dije que me iba a una diligencia urgente a Chincha y que no iba a llegar en todo el día. ‘Doctor -me dijo Leyla-, ¿me va a secuestrar?’. Nos fuimos a Chucuito. ‘Panchito, me dijo, en el Perú ya me enamoré del cebiche, pídete un plato grande y dos cervecitas’. Al rato ya la estaba chapando mismo ‘Pato’ con Milett. ‘Gordito, solo te pido algo. Que no se entere mi novio, que no se entere. Él me trajo para trabajar aquí y...’. Chato, no puedo con mi naturaleza. Cuando me hablaba de su novio, me excitaba más. En una hora ya estábamos en un hotel de tres estrellas bien bacán con vista al mar, en la bajada de Sucre a la Costa Verde, con agua caliente y jacuzzi. Leyla era una loba en la intimidad y me hizo sudar más que el sauna. ‘Llámame ‘diablita’. Soy tu ‘diablita’, tigre. Ruge, ruge, tigre’. Chato, te juro que se me aceleró el bobo, pero pensé ‘si muero aquí, me voy feliz de este mundo’. ¡Que vivan los partidores! ¡Que viva Venezuela libre! ¡Fuera Maduro! Quedamos en volvernos a ver, pero le advertí: ‘Ni se te ocurra contarle a tu ‘veneco’’. Pero hay mujeres que están tiradas para el mal. Esa misma noche recibí una llamada a mi celular. ‘Oye, chamo, cónchale vale. ¿Te crees vivo, no?, ¿te gustan las diablitas, no? Pues vas a ver a muchas en el infierno, coño de tu m...’. ¡Qué palta! Nunca debí meterme con esa mujer, voy a plantarme un buen tiempo’”. Pucha, ese señor Pancholón no escarmienta. Ya estamos en el 2018 y sigue más sinvergüenza. Me voy, cuídense.