El Chato Matta llegó al restaurante por sus choritos a la chalaca y un filete de cojinova frito con yuca y su salsita criolla. “María, me timbró mi hermano Pancholón. Su voz no era la misma. ‘Chato, tú eres mi hermano, no eres soplón, malagradecido ni largador como otros. Baja urgente a mi casa, que el maestro Tulio me está haciendo una ‘limpia’. Apúrate que hay un trago selvático que te quitará la saladera y el daño para que te vaya bien este 2017. ‘Clic’. Lo encontré al brujo con Pancho recostado calato en una camilla. ‘A Panchito le han hecho un trabajo con polvo de cementerio. Esa mujer es mala y se rodea de brujos malvados’. ¿Mala mujer? Me acordé de la canción de Zaperoko: Mala mujer no tiene corazón/ mala mujer, no tiene corazón/ mátala, mátala, mátala, mátala, no tiene corazón, mala mujer... Le pedí a Panchito que me explique qué significa toda esa mesada, las calaveras y ese cuervo. ‘Chatito -me dijo-, yo te conté que, desde hace unos meses, me daba mis escapadas con Pamelita. Fue mi culpa. Ella me dijo que no le importaba que tenga mi mujer, que podíamos ser ‘salientes’, ‘amigos con derecho sin lugar a reclamo’, como lo hace la rubia de la televisión y el Chato. La íbamos a pasar bien. Pero empezó a loquearse con el sexo. Yo, al principio, me sentía como un león en la sabana africana. Pero al tiempo me enfermé de la próstata.
El doctor me dijo: Señor Pancho, si no se cuida, vamos a tener que operarlo y ahí sí va a sufrir. Pare la mano que a sus años, debe hacer la más simple, como el maestro Cueto en la cancha. Lo malo es que Pamela se puso como Glenn Close en ‘Atracción fatal’. Se obsesionó conmigo y me iba a buscar a mi trabajo, me hacía desplantes delante de mis amigos, los abogados del Callao. Un día se apareció en mi casa. Tuve que llamar al Serenazgo, por eso la corté. Pero la semana pasada me llamó por teléfono. ‘¡Panchito, mi ‘amochito’. Eres un ingrato! -me dijo muy zalamera- ¿Cómo está mi gordito preferido? Me acabo de comprar una lencería espectacular, de color rosadito, como tu Sport Boys’. Ella sabía de qué pie cojeaba. Nos citamos en La Posada. Me avisó: ‘Yo estaré esperándote desde temprano, porque quiero darte varias sorpresas. Estaré en la habitación que te gusta, la presidencial con sauna y jacuzzi’. Esa noche ingresé a la habitación y estaba oscuro. En eso, escuché la voz de la loquita: ‘¡¡Pancho, siempre serás mío. Siempre serás mío. Ayúdame, Belcebú; ayúdame, Luzbel!!’ Me dio algo de beber y sufrí un desmayo. Cuando desperté, estaba amarrado a la cama. Ella empezó a escupirme unas pócimas y tenía un muñeco gordito y con ojos verdes en la mano, clavado con alfileres. ¡¡Se parecía a mí!! Chato, te juro que desde ese día me duele todo, con las justas puedo caminar y encima ¡no me veo con Paraguay! Yo tengo la culpa por dejar bien a los varones. Para colmo de males, ayer recibí una carta que decía: ‘Pancho, si me dejas, te vas a arrepentir toda tu vida. Conmigo no se juega. Tu loquita’. Pucha, ya me dio miedo”. Ese señor Pancholón tiene todo lo que se merece, es un cochino y mujeriego. Me voy, cuídense.
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