El Chato Matta llegó al restaurante por su cebichito de tilapia y un arrocito con mariscos a lo macho con ajicito molido y su jarrita de limonada. “María, tú sabes que tengo mi ‘Facebook’ y ahora me escriben viejos amores con nostalgia. Creo que cometí un error al aceptar un reencuentro. Ese fue el caso de Yolanda. Recuerdo que la conocí justo en su cumpleaños, era la prima de la loca Elizabeth y el tono fue en Carabayllo.
Como su prima le hablaba tanto de mí, le dijo que me invitara. Yo le dije a la loquita: ‘Mira, estoy yendo como amigo tuyo, no te vas a emborrachar y hacerme una escena de celos’. ‘No, Chatito, porque va a ir mi enamorado oficial, Luchito, el político’, respondió. Nunca olvidaré aquella vez que la loca me hizo una jugada que casi me cuesta la vida.
Una noche, en tiempos de Sendero, justo estaba hablando con ella a solas y se produjo un apagón. Estábamos en un salón leyendo poesía de Blanca Varela y ¡todo quedó a oscuras! En eso siento que Elizabeth me comienza a tocar, luego me di cuenta de que ella ya no tenía chompa ni brasier y comenzaba a besarme. No era de fierro y lo hicimos allí, a oscuras, encima de una carpeta. Felizmente no vino la luz.
Pero al día siguiente, estaba ingresando al instituto y venía Luchito, el ‘político’ y me dijo: ‘Chato Matta, desgraciado, pensé que eras mi amigo...’. Estaba borrachazo, pero eso no era lo peor, sino que ¡me amenazaba con una pistola! Al final me salvé.
Bueno, esa noche en Carabayllo conocí a su prima Yolanda, la cumpleañera. Se veía espectacular porque era full gimnasio y tenía un cuerpo precioso. La chibola me sacaba a bailar, me traía tragos y sus amigos me miraban con odio. En un momento me dio su número: ‘Ahora no podemos hacer nada, llámame mañana’. A los dos días nos encontramos por el Campo de Marte. De allí fuimos a una cebichería y luego a un hotelito. Caminar con ella era rochoso, los autos paraban, la silbaban. Estuvimos como medio año. Pero ella estaba buscando algo serio, quería comprometerse, que un hombre le pague un departamento, tener un hijo, que la mantenga.
Yo tenía otros planes. Me contaron que salía con un norteamericano que tenía negocios en el Perú. Decidí verla por última vez. Fue una noche inolvidable, pero luego de bañarme y cambiarme, le entregué un papelito. Era un poemita del gran poeta chileno Pablo Neruda: ‘Ahora bien,/ si poco a poco dejas de quererme/ dejaré de quererte poco a poco./ Si de pronto/ me olvidas/ no me busques,/ que ya te habré olvidado’. Y así fue. Nunca más la vi. Se casó con el gringo, pero se ‘peló’ porque el tipo resultó un borracho vulgar y mujeriego. La insultaba cuando estaba en tragos.
Pasaron los años y Yolandita se averiguó mi ‘face’ y me pidió encontrarnos, como en los viejos tiempos. No debí aceptar su invitación, pero fui. Nos encontramos en La Marina. Y lo que vi casi me hizo gritar de espanto. De la Yolanda del cuerpo escultural no quedaba nada. Apenas me vio, me abrazó y me besó. ‘Vamos a nuestro hotel de siempre’, me dijo. La otra semana termino de contarles...”. Pucha que ese Chato Matta se pasa. Por juntarse con el cochino de Pancholón está adquiriendo sus mañas. Me voy, cuídense.