
Ayer tuve una bella experiencia con una paciente de 3 años, Rafaela. Ella vino con sus padres a mi consultorio para tratar un proceso respiratorio; la evalué con mucha dedicación y cariño e inmediatamente le indiqué a sus progenitores el tratamiento a seguir.
Cuando ya me estaba yendo a mi casa, veo nuevamente a Rafaela en el pasadizo solita y escucho a su papá llamándola.
Ella seguía corriendo, cerca de la escalera y con el riesgo de sufrir una caída.
No le hacía caso a su papá.
Entonces la llamé, se detuvo, volteó y regresó a los brazos de su padre.

Los pediatras somos como ángeles cuando estamos con algún paciente muy delicado y hacemos lo correcto para ayudar al prójimo (en este caso a los niños).
Los pediatras, a través de nuestros pacientes, estamos muy cerca de Dios.
Estas personitas, muy puras en sus sentimientos, dependen totalmente de nosotros, los adultos.
Así que... tengamos paciencia con ellas.