
La violencia doméstica no siempre deja moretones visibles, pero sí heridas muy profundas en el alma. Golpes, gritos o silencios hirientes son formas distintas de maltrato. Muchas víctimas callan por miedo, culpa, dependencia emocional o apariencia.
Pero callar no es proteger, es perpetuar un dolor. La violencia no es un acto aislado: es un patrón que escala. Si duele, no es amor. Si temes, no estás en un lugar o relación segura.
Si controlan tus decisiones, no es cuidado, es poder disfrazado. Hablar es el primer paso hacia la libertad emocional y buscar ayuda, un acto de valentía, no de debilidad.
La salud mental florece donde hay respeto, escucha y límites porque nadie vino al mundo a ser lastimado, y toda persona merece sentirse a salvo, incluso en su propia casa.
La violencia puede observarse en cualquier nivel social, al detectarla sal rápido de esa relación, no pidas amor a quien no se ama, ni respeto a quien no se respeta.
Quiérete siempre y pon límites.