Este Búho asiste a todo el escándalo que envuelve a Alejandro Toledo. Francamente, es una vergüenza para el Perú que un expresidente, y encima con el agravante de que llegó al poder enarbolando la bandera de la lucha contra la corrupción, se vea envuelto en el cobro de una coima de 20 millones de dólares, pagados por Odebrecht a cambio de la concesión de los tramos 2 y 3 de la obra Interoceánica Sur. En realidad, según los colaboradores eficaces brasileños, el ‘Cholo’ había pedido ¡¡35 millones, pero solo le dieron los 20!! En cualquier momento, el Ministerio Público emitiría el pedido de captura internacional de Toledo y su posterior extradición. Lamentable. No puedo evitar recordar algunas anécdotas que viví en relación al ‘Cholo de Cabana’. Ingreso al túnel del tiempo. Mediados de la década de los noventa. Corría el segundo gobierno de Alberto Fujimori y empezaban a surgir nuevos rostros dispuestos a encabezar una incipiente ola de descontento popular. Uno de ellos fue Toledo, que se presentaba como un lustrabotas que estudió en universidades norteamericanas, pero hablaba con un dejo medio de gringo y había nacido en Cabana. Poco a poco el pueblo le agarró simpatía. Una mañana, el director del diario donde trabajaba escribiendo las crónicas de la página central, me llamó a su oficina. Tenía buen olfato. ‘Dicen que Toledo nació en Cabana. ¿Dónde queda eso? Quiero que vayas con un fotógrafo y le expliques a la gente de dónde sale el Cholo y si en verdad es de origen tan humilde como dice’. El viaje de Chimbote a las alturas duraba ¡siete horas! en una carretera solo afirmada en el principio, de allí un camino polvoriento que iba en subida serpenteante a una zona que estaba considerada como una de las más peligrosas del país. La única línea de buses destartalados que llegaba, cargaba no solo personas, también animales: gallinas y pollos vivos, que iban dejando en los pueblitos de las alturas.
El viaje era de madrugada y el carro se malogró, como era costumbre, en la puna. Llegamos a Cabana en la mañana. Preguntamos por la casa de Toledo y al toque nos datearon. Los chiquillos se arremolinaban ante el fotógrafo. Parecía que nunca habían visto a un reportero de Lima. Encontramos el hogar de los Toledo, una casa antigua, y solo encontramos a su hermano, creo que era Luis. No tenía televisión y estaba con su oreja pegada a una radio antiquísima, de esas a tubos. ‘De acá sigo la campaña de mi hermano. ¿Va a venir?’. Años después lo encontramos con mi fotógrafo bajando de una tremenda camioneta cuatro por cuatro, rodeado de unos mastodontes guardaespaldas, que empujaban a todos e ingresaba a una fiesta en la embajada de EE.UU. Era el hermanísimo del presidente. Pero aquella vez nos dijo una gran verdad: los Toledo no eran originarios de Cabana, sino de ¡Ferrer!, un anexo a quince minutos a lomo de burro. Así nos trasladamos a ese pueblito semidestruido. Había solo una pequeña escuela primaria sin muros. ‘¡Allí estudió Toledo!’, nos reveló un anciano, que lo recordaba pastando ovejas. La casa del ‘Cholo’ ya estaba destruida, parecía uno de esos pueblos como Uchuraccay, abandonados por sus habitantes. Era uno de los lugares más deprimentes que vi en tantos viajes a la sierra. Eso me hizo valorar, aún más, el ascenso del entonces candidato. Salió literalmente de la nada y se hizo solo gracias al estudio. Por eso, cuando reventó el escándalo de Ecoteva, con la compra oscura y sospechosa de casas y oficinas, escribí que ese caso podía significar su tumba política y hasta borrar de la memoria de la ciudadanía su lucha por la democracia y contra la corrupción. La justicia peruana debe investigar bien y con celeridad el supuesto cobro de los 20 millones de dólares por parte del ‘Cholo’. Si se demuestra que cometió delito, debe ser encerrado en prisión, como Alberto Fujimori, pues la justicia debe ser igual para todos. Aunque hay que admitir que sería lamentable tener dos presidentes tras las rejas. Sin embargo, sería peor para el país que delitos graves como este queden impunes. Por eso, la justicia debe seguir investigando a fondo, sin miedos y sin ceder a las presiones y, si tienen que caer ‘peces más gordos y pesados’, pues que caigan y se vayan también a la cárcel. El mensaje debe ser claro: los corruptos la tienen que pagar, no importa el cargo que ocupen. Apago el televisor.
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