Los jóvenes reporteros de Panamericana Televisión se me acercan para oír mis hazañas de viejo periodista. Yo les digo que, aunque no puedan ver mis cicatrices de ‘guerra’ en la piel, las tengo marcadas en el alma.
Me inicié en este duro pero hermoso oficio en todo el sanguinario esplendor de Sendero Luminoso, liderado por el desquiciado Abimael Guzmán Reinoso. Mis ojos y mi cámara han registrado personas descuartizadas, perros colgando de los postes de luz, torres de energía destrozadas, y todo lo que la criminalidad terrorista haya podido ocasionar en el Perú.
Ya les he contado algunas de mis comisiones, por ejemplo esta: “Cubría un desfile de modas cuando mi beeper empezó a alertar: TARATA... TA-RA-TA”.
En los 80 caminaba con mis colegas por las calles de la capital sin la certeza de saber si regresaríamos completos o con vida a casa. Nos dábamos valor, a veces, con una chatita de ron. Dormíamos en la móvil del canal y cuando captábamos información en el scanner, nos disparábamos para las periferias de Lima, en donde encontrábamos sangre y destrucción.
Muchas veces tuve que bajar mi cámara para consolar a una mamita o a un niño que lo acababa de perder todo. Son testigos mis reporteros de aquellas largas y peligrosas comisiones: Alejandro Guerrero, Rosario Enciso, Mario Guimaray y Enrique Vidal.
AYACUCHO: ZONA DE FUEGO
También estuve en la zona de fuego, en Ayacucho. Íbamos a los pueblos más alejados de la ciudad para registrar matanzas, robos, violaciones y demás vejámenes contra peruanos humildes y desprotegidos. Asistí al reconocimiento de fosas comunes y fui secuestrado, golpeado y amenazado.
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Nuestra labor era mostrarle al mundo esa guerra enferma que había iniciado Abimael Guzmán Reynoso en nuestro país y que cobraba a diario decenas de vidas de compatriotas. Una vez, en la esquina de jirón Huánuco con Junín, unos malditos terroristas, disfrazados de panaderos, dispararon y dinamitaron el bus de la banda de guerra de la escolta presidencial. Cuando llegamos, los cuerpos, los instrumentos y hasta las botas estaban regados por toda la calle.
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En 1985 estaba en la Esquina de la Televisión, limpiando mi cámara, cuando un estruendo hizo templar los vidrios de la oficina. De inmediato me acerqué a la ventana y una humareda de 80 metros se podía divisar a la espalda de la residencia del embajador de Estados Unidos, por la avenida Petit Thouars. No lo pensé dos veces y corrí hacia allá. Fui el primero en llegar. Ni las patrullas estaban ahí. Conté 20 policías agonizando. Balbuceaban como pollitos pidiendo agua. Habían reventado un volquete con 400 kilos de dinamita y ANFO.
Esa llamada ‘guerra popular’ me quitó un amigo. El gran Alejo Pérez, con quien hice calle y era tremendo camarógrafo y luego productor de ‘90 segundos’. Murió en el atentado a Frecuencia Latina, en el 92, meses antes de la captura del miserable camarada ‘Gonzalo’.
EL ‘DEMONIO’ ENJAULADO COMO UNA RATA
El 12 de setiembre de 1992 capturaron a la mente más psicópata de este país. Días después, el 25 de setiembre, fue esa histórica presentación, en donde se le pudo ver enjaulado como una rata y vestido con un uniforme a rayas.
Recuerdo que mi jefe, el sensei Julio Estremadoyro, me llamó una noche antes. “Llaja, mañana a las 6 de la mañana vas a la prefectura”. Y ahí estuve antes del amanecer sin saber qué ocurriría. Conmigo, había 50 periodistas más de todas partes del mundo. Era la presentación del líder de Sendero Luminoso.
Hicimos una fila para el ingreso. Pasamos por extremas medidas de seguridad. Adentro, esperamos hasta la tarde. A pesar de las horas, sin desayuno, almuerzo o siquiera agua, ningún colega aceptó su relevo, pues era un hecho histórico. Me acompañaba Enrique Vidal. Estábamos parados a 10 metros de esa jaula cubierta con un paño negro. Los canales hacían transmisiones en vivo del minuto a minuto.
FUI LA VOZ DE TODO UN PAÍS
De pronto, cuando bajaron la tela oscura, estaba ahí Abimael Guzmán, con el puño en alto, gritando. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Todos los colegas nos quedamos mudos. Era el hombre más sanguinario de nuestra historia, el más perverso y cruel que hayamos conocido. Reventaron los flashes, los reporteros empezaron a hacer sus stands ups. Los camarógrafos lo seguíamos con nuestro lente.
No sé de dónde saqué fuerzas, pero la rabia hizo que desde mi posición le gritara: “¡¡Maldito!! ¡¡Maldito!! Abimael, mírame, ¡¡eres un maldito!!”. Noté sobre mí la mirada de Vladimiro Montesinos, Antonio Ketín Vidal y otros presentes.
La presentación del genocida no duró ni 20 minutos y nos hicieron despejar el salón. Afuera nos esperaban como 100 ciudadanos llorando de emoción y alegría. Muchos eran familiares de víctimas. Otros familiares de policías. Luego de aquella comisión, con los colegas nos fuimos a tomar unos tragos. A brindar porque una nueva historia empezaría para nuestro país desde entonces.
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