La Seño María

Pancholón tendrá que mandarle guardaespaldas al Chato Matta

ElChato Matta, el compinche de Pancholón, se metió en unos líos bravos.

El Chato Matta llegó al restaurante por un cebiche de lenguado y una causita rellena con huevito duro y aceituna. Para beber, se pidió una jarrita de limonada frozen. “María, recién te veo desde Año Nuevo y la verdad es que, pese a comer lentejitas y uvas, comencé con el pie izquierdo. A las 12 en punto me dije: ‘Chato, tienes que cambiar. Ya no puedes seguir gritando ¡salud por ellas y a chupar, que el mundo se va a acabar!’. Decidí pasarla en la casa de mi viejita. Este 2018 sería ‘tranqui’. Además, Pancholón no me iba a timbrar. El ‘Rey de la tramposería’ anda ganadazo por Miami. Su celular suena, suena y nada. Estaba echado en el mueble de la sala de mi mamita cuando sonó el teléfono. Era Any, una loquita que conocí en un salsódromo de La Victoria. Cuando paraba con ella estaba misio, así que con las justas me metía a un hotel pulgoso de Breña. Una vez, ella llegó con plata. ‘Chato, no me preguntes de dónde conseguí el dinero. Solo quiero llevarte a Cancún’. ‘¡¡Qué!!’, grité, pensé que se había vuelto ‘burrier’ y quería que la acompañe a un pase a México. ‘No, mongo’, me respondió. ‘Vamos a los toboganes que están al costado de Venecia para alquilar un búngalo’. Ese día era el más caluroso del año, en febrero, y no salimos de la habitación, que parecía un sauna... ni siquiera para comer. Hicimos el amor todo el día. En ese tiempo, estaba más joven y lleno de vida. Pero todo tiene su final, porque no todo es sexo en la vida. Hasta eso cansa. Tenía que dejarla. Y no escogí peor fecha que un fin de año. ‘Te espero a las 9 de la noche en Plaza San Miguel. Te voy a llevar a recibir el año en la playa’, le propuse. Pero con el dolor de mi corazón, nunca llegué. Ella venía de Ventanilla. La dejé cambiadita, bien maquilladita. Nunca más la vi, solo supe por amigos comunes que se había ido al extranjero con un gil, de esos incondicionales que se casan así haya tenido 50 amantes.

Pero, después de años, reapareció: ‘Chato, ¿cómo estás, mi amor? Te llamo porque he venido de Canadá solo por unos días. ¿Te puedo ver antes de las 12? Me la debes, por lo mal que te portaste conmigo’. Sé que no debía ir, pero me arriesgué. Tal vez recordaba cómo me gustaba hacer el amor con ella y quise verla una vez más. ‘Chato, esa humillación que le hiciste puede traer venganza’, me dijo mi causa Pepito. No se equivocó. Ni bien llegué a la esquina del viejo barrio donde la recogía antaño, me corretearon unos malandros como la mancha de esos ‘buitres’ que roban a los muertos y heridos de los buses en Pasamayo. Subí corriendo a un taxi. Escuché como tres balazos. Fue mi peor Año Nuevo. Any, la loca, sigue llamándome y amenazándome. Estoy esperando que venga de viaje, para que me mande a dos de sus guardaespaldas”. Pucha, eso le pasa al Chato por mujeriego. Qué feo empezó el año. Me voy, cuídense.
María

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