Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un tacu tacu de pallares con un lomito saltado encima y, para tomar, una limonada calientita. “María, me parece bien la ley aprobada por el Congreso, iniciativa de la parlamentaria Milagros Jáuregui, para que los escolares de primaria y secundaria de los colegios públicos y privados de todo el país no usen los celulares en horarios de clases. La tecnología siempre será beneficiosa si se usa de manera responsable. Pero lo que está pasando es que muchos chicos, y aún adultos que usan los smartphones, parece que se están volviendo adictos a esos aparatitos. Pasan varias horas pegados a los teléfonos viendo videos en TikTok, Facebook, chateando, sin que nada ni nadie más les importe. Así, dejan de hacer las tareas, de estudiar, de dormir, de ayudar con los quehaceres del hogar, de hacer deporte, y hasta les disgusta conversar con sus hermanos y padres porque sienten que están perdiendo valioso tiempo que podrían estar ‘disfrutando’ con sus celulares.

Estudiar historia, matemáticas, geografía y otras materias no les importa. Por eso, hoy muchos chicos de secundaria no saben ni la fecha de la independencia del Perú. Parece difícil de creer, pero es la verdad. Además, está el serio problema del ciberacoso o ciberbullying, al que están expuestos niños y adolescentes. La dependencia es tan fuerte en muchos menores que se han dado casos en que pierden los papeles y golpean a sus profesores porque les quitaron el celular en clases. Se comportan como drogadictos violentos a quienes les quitan la cocaína. Eso es precisamente el celular para muchos, como la cocaína, pues se enganchan de tal forma que se convierten en unas fieras agresivas que pueden agredir, llorar y desesperarse si no se les da el dichoso teléfono. Los padres tenemos la responsabilidad de limitar los tiempos que nuestros hijos pasan frente a las pantallas electrónicas, como el televisor, la computadora, tablets y celulares”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.

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