El Chato Matta llegó al restaurante herido. Estaba de amanecida. Se pidió un poderoso caldo de gallina con presa grande, papita amarilla, dos huevos, limón y rocotito molido. Después, una jarra de chicha morada heladita. Noté que estaba ‘movidito’. Me contó que había tomado ron y se puso melancólico, pero siempre es bien respetuoso conmigo. “María, yo soy de ese grupo de hombres que tuvo la suerte de casarse con una , que me conoció con los bolsillos más vacíos que los del y me acompañó en esas épocas de ‘vacas flacas’.

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Nunca imaginé que me dejaría. No soy de la legión de sonsos que pierden la cabeza por un pantaloncito de la calle y abandonan a una mujer decente por un agarre. Pero no hay peor castigo para un hombre que, después de haber perdido a mujeres honradas y dignas, termine con una tramposa con la que no puede dormir en paz.

Eso le pasó a mi causa Pablito, un pata en verdad diez puntos. De barrio, noble, inteligente, divertido. Mi viejita lo quería como a un hijo. Era talentoso y trabajaba como creativo en una agencia de publicidad. Lo conocí joven, mi chochera salió de abajo y nadie le regaló nada, pero el error de su vida fue relacionarse y tener un hijo con una bandida. Hace dos tardes llegó en el carro de su hermano. ‘Chato, tú eres barrio, mi brother. Déjame desahogar mis penas. Ya me separé del monstruo que era mi mujer y eso que tú me lo advertiste y no te hice caso. Me fui con lo que tenía puesto y le dejé mi casa, mi carro. Perdí mucho, pero me siento liberado. Imagínate que me engañó con un compañero de trabajo’.

Lo que es la vida, pensé. En mi caso, hice sufrir a la única mujer que realmente me amó. Sí, la hice llorar. Mi mala cabeza me hizo escoger mal. Ana es con la que debí casarme después de tres años de inolvidable relación. Ella, al tiempo, borró su chip conmigo y no la culpo. Siempre digo: Ves a la familia y ves a la mujer. Su familia era extraordinaria, su madre, doña María, de Nueva Esperanza, que en paz descanse. Su viejito, el trabajador más antiguo de una gran fábrica de cemento, a quien le decían ‘Moradito’, un señor de señores al que los ingenieros rendían pleitesía porque se les ponía en frente y les decía: ‘Yo te conocí cuando eras practicante y no sabías ni dónde quedaba el baño’.

María, lo mío es una lección para los jóvenes. Los cuerpos de las mujeres pasan. Algunos se deslumbran por las curvas. De perder a una mujer que me conoció y amó misio e indocumentado, como Ana, nunca me voy a dejar de arrepentirme”. Pucha, me da pena que el Chato ahora esté solo, pero él tiene la culpa por andar con ese cochino de Pancholón, que le para presentando a otras sinvergüenzas como él y encima se graban en la intimidad. Me voy, cuídense.

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