Este Búho leyó con atención la entrevista dominical de Trome donde Oscar Torres hizo ingresar al ‘túnel del tiempo’ a un analista político del calibre de Juan Carlos Tafur, quien recordó las épocas en que ingresó jovencito a trabajar en el fenecido diario ‘La Prensa’. Fue a inicios de los ochenta, junto a un grupo de condiscípulos de la Universidad Católica, a los que se les denominó ‘los jóvenes turcos’.
Eran liberales que no temían considerarse de derecha y se enfrentaban política e ideológicamente a la izquierda en la Pontificia. El grupo lo integraban Carlos Espá, Enrique Ghersi, Mario Ghibellini, Freddy Chirinos, Pedro y Pablo Cateriano, Iván Alonso, Franco Giuffra, J.C. Tafur y un chibolo de quince años que iba con uniforme de colegio: Jaime Bayly.
Los convocó el estudiante de Filosofía Federico Salazar, hijo del director del periódico, el combativo periodista vejado por la dictadura militar Arturo Salazar Larraín. Tafur cuenta que ahora les dicen ‘los viejos tercos’: “Porque seguimos pensando básicamente lo mismo.
Todos los que estuvimos en el periódico incursionamos en la vida político-periodística del país. En términos políticos, yo pensé que Enrique Ghersi (prestigioso abogado), fue diputado, pero pensé que iba a seguir una carrera política y al final decidió seguir su actividad profesional, pero hay dos que la mantienen, que son Pedro Cateriano y Carlos Espá, que están lanzándose como candidatos en estas elecciones presidenciales.
El resto sí supuse que se iban a dedicar al periodismo: Jaime Bayly, Mario Ghibellini, Álvaro Vargas Llosa, quien habla, y otros sí se dedicaron a su actividad privada, tipo Pablo Cateriano, Franco Giuffra”.
Los ‘enemigos’ de los ‘turcos’ en la Católica
En esos tiempos los ‘enemigos’ de los ‘turcos’ en la Católica eran los izquierdistas, encabezados por un chancón alumno de Economía, Pedro Francke, que terminó como ministro de Pedro Castillo. En esa amalgama resaltaban futuros artistas, políticos y columnistas, como Elena y Bárbara Romero (actriz y cantante), Raúl Romero (animador y músico), Gonzalo Iwasaki (comunicador), Claudia García Bedoya, los trostkistas Isaac Biggio, Farid Matuk y Carlos Monge, entre otros.
En aquella elección, Francke le ganó a Espá, pero los liberales siempre denunciaron que hubo fraude ‘porque en el comité había izquierdistas camuflados’. Tafur recuerda cómo era Bayly en los tiempos de ‘La Prensa’. “Siempre fue genial. Yo siempre lo he dicho: Jaime Bayly me parece un genio periodístico, literario. Desde esa época tenía el estigma de Caín, como diría el gran escritor Hermann Hesse, ya grabado en la frente, digamos, un rompedor de pelotas, iba a romper todo (sonríe). Y lo ha seguido demostrando hasta el final, Hildebrandt ha calificado como suicida el último libro de Jaime Bayly sobre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez”.
A pocas cuadras del fundo Pando estaba la inmensa Ciudad Universitaria de San Marcos. Allí la lucha se daba entre la izquierda sensata que se identificaba con Alfonso Barrantes y la ultraizquierda en todas sus variantes, hasta la más vil, como Sendero Luminoso.
Pero no todo era malo. Ese año ochenta el Patio de Letras estaba lleno de flores con la presencia de las poetas Patricia Alba, Carmen Ollé, Dalmacia Ruiz Rosas, Mariela Dreyfus, Tatiana Berger, y deambulaban por allí pelucones, eruditos, bohemios, los poetas Roger Santibáñez y el factótum de la tremenda revista ‘Macho Cabrío’, Óscar Malca, antes que escribiera su novela de culto ‘Al final de la calle’ (Ciudad de M).
Recuerdo que tenía una amiga que era mayor que yo, de la especialidad de Antropología, la dulce Ximena Salazar. Ella era nada menos que la única hija del gran Sebastián Salazar Bondy, autor de ‘Lima la horrible’, quien impulsara la carrera literaria de Mario Vargas Llosa.
Una anécdota final. Un día, caminando con ella en una Feria de Libro en San Isidro, quise hacer la cola para que Mario Vargas Llosa me firmara su novela. Ximena me jaló y me dijo “vamos adelante para que mi tío la firme”. Me reí. “¿Tu tío?, no friegues”.
Me llevó y al verla, Mario esbozó su mejor sonrisa: “¡Ximenita!”. Tras el beso y abrazo de rigor, me firmó mi libro y le regaló uno a ella con una cariñosa dedicatoria. Todas estas gratas imágenes se borrarían con la demencial aparición del terrorismo maldito de Sendero Luminoso que, ojo, pretende volver infiltrado en las marchas. Cuidado. Apago el televisor.