Este Búho veía en los reportajes televisivos por el el impresionante cementerio de Nueva Esperanza, en . El más grande del país y el segundo en el mundo, y recordé las épocas en que ‘descrubrí’ ese camposanto en el lejano 1985. Ya el antropólogo Jose Matos Mar, en su trascendental libro ‘Desborde popular y crisis de Estado’ (1984) había sostenido cómo los migrantes andinos habían tomado por asalto los cerros y la quebrada de Nueva Esperanza, para imponerle a la vieja Lima un cementerio nuevo, ‘el más hermoso del Perú’, con ‘tumbas como andenes’, escribía Matos.

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Descubrí ese cementerio en 1985, gracias a mi enamoradita sanmarquina Anita, que tenía a un hermano enterrado allí y me llevó un primero de noviembre, el ‘Día de los muertos’, donde se armaba una verdadera fiesta. Fui con un fotógrafo e hice un reportaje ese año para un periódico. La Lima ‘oficial’ no tenía conocimiento de la existencia de ese campo de almas o no les parecía ‘decente’ difundir que se tomen cervezas alrededor de una tumba, algo impensado en ‘El Angel’.

No habían cámaras de televisión como hoy que abundan en ese día. Solo un joven reportero al que en cada tumba los deudos lo llamaban para que le hiciéramos reportajes, fotos y nos invitaban ‘chelas’, pachamanca y nos sacaban a bailar huaynitos porque las bandas de música le daban un marco de fiesta a una fecha que en los cementerios oficiales eran de llanto y dolor.

‘La muerte es una tómbola’, creo que se tituló mi crónica con impresionantes fotos. En la entrada se había instalado una feria de juegos mecánicos, tómbolas del cuy y restaurantes con olor y color a Ande. Chicharrones, truchas, caldos de cabeza, cuy chactado, papas, habas y choclo con queso y rocoto con huacatay, panes con cabeza de chancho, chicha de jora y cantidades navegables de cerveza. Luego esa crónica la repetiría en las páginas de Caretas.

El cementerio fue mi descubrimiento en esos años en que me iniciaba como reportero y croniquero callejero. No sabía todavía que iba a estar unido a este oficio ‘toda una vida’. Pero esa fue la cara brillante de la moneda. El sello fue la situación de la prensa en el país en épocas del terrorismo. El asesinato del corresponsal de Caretas, Hugo Bustíos, en Huanta por una patrulla militar. La muerte a pedradas de la periodista y ecologista de El Comercio, Barbara D’Achille, ejecutada por los malditos de Sendero Luminoso en Huancavelica en 1988.

Periodistas entre dos fuegos

Los periodistas vivíamos entre dos fuegos. Para cada comisión en la zona de emergencia había que ir primero a encomendarse a misa, escribir una pequeña carta de despedida por si no volvías. Uno arriesgaba el pellejo por buscar la verdad. Solo armado con un lapicero, una libreta de apuntes y el fotógrafo con una camarota que podía delatarlo. Ahora con un celular te ‘solapeas’ y grabas y sacas fotos sin que te descubran.

Eran tiempos difíciles para los periodistas. Hoy buscan formas más sutiles de atacar al periodismo. Pretenden sacar una ley que puede meter a la cárcel a un periodista si alguien lo denuncia por ‘difamación’. 69 congresistas planean venganza porque los medios de comunicación sacan a la luz flagrantes delitos, como apropiarse de los sueldos de sus empleados y despilfarros del dinero público.

Investigar y denunciar es un deber del periodista. Hablo de los verdaderos hombres de prensa y no los que vendieron su alma al infierno del régimen de Fujimori y Montesinos o a los mermeleros que ‘facturaron’ con las constructoras brasileñas Odebrecht y OAS en tiempos de la corrupción de Toledo, Alan, PPK, Castañeda y Susana Villarán.

Los comunicadores independientes siempre van a estar expuestos a acusaciones de ‘difamación’. Los narcos, los estafadores, los funcionarios corruptos son especialistas en ‘clavar querellas’ a los periodistas por supuestos ataques al honor. Muchos de ellos hoy están en la cárcel porque fueron encontrados culpables. Pero ¿qué pasaría si se aprueba la ley que pretende dar el Congreso y ese narco, ese corrupto consigue que su caso caiga en un juzgado con un juez ‘aceitable’?

Pues el periodista irá a una injusta cárcel y pagará una monumental reparación civil. Estamos de acuerdo en que ahora cualquiera que tiene un equipo se cree periodista y las redes aguantan todo tipo de estupideces. Pero eso no es pretexto para meter a todos en un mismo saco.

Aquí están apuntando al periodismo de denuncia para evitar que salgan a la luz sus ‘chicharrones’. Nadie pide impunidad ante una verdadera difamación o un grueso error. Para ello está la rectificación pública y una aleccionadora reparación civil, como se aplica en la mayoría de países. Este atropello no puede pasar en la segunda votación en el Congreso. Pero pese a todo la prensa seguirá cumpliendo con su deber sin temores. Apago el televisor.

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