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Pico TV: El amante de Oscar Wilde y su tragedia

El Búho nos cuenta la historia de Oscar Wilde y Alfred ‘Bosie’ Douglas.
Oscar Wilde

Este Búho es un fiel lector de diarios desde niño. Ahora me gano la vida en este oficio de periodista y, con mucha mayor razón, debo estar bien informado. Trato de leer todo lo que puedo y ahora también en dispositivos tecnológicos. Una de las que no me pierdo es la Página Escolar de Trome, que trae buenos contenidos a diario no solo para colegiales, sino para los padres de familia, que pueden actualizar sus conocimientos.

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Precisamente me encontré con un artículo sobre el gran escritor (Dublín 1854-París 1900). Recuerdo que fue a los once años cuando vi en la cazuela del cine Mirones la película de Massimo Dallamano, ‘El retrato de Dorian Gray’, basada en el libro de Wilde.

Aunque no lo crean, por ese libro conoció al hombre por el que desgraciaría su vida. Cuando se presentó una obra teatral en Londres sobre el libro, se le acercó al autor un jovencito de veintiún años, lord Alfred ‘Bosie’ Douglas.

Efusivamente le dijo que había leído diecinueve veces su novela. Sin saberlo, esa elegía por parte de un joven bellísimo de alma horrísona, tal como el de su novela, se le iba a presentar en la figura de Douglas. Wilde ya era obeso y le llevaba dieciséis años a ‘Bosie’, pero se enamoró a primera vista.

No se dio cuenta —o tal vez sí— de que estaba frente, literalmente, al Dorian Gray de su creación. Por ese rubio desbarrancaría su vida y caería al abismo. En el momento en que Oscar conoce a ‘Bosie’, como lo llamaba, estaba en el mejor momento de su vida artística. Wilde sería hoy como una megaestrella de rock o un actor de Hollywood. }

Donde llegaba brillaba y se amontonaban las multitudes para verlo o escucharlo. Era invitado a los mejores salones y todos esperaban sus ácidos comentarios. Todavía no había pronunciado la frase que definiría su trágico destino: ‘En el mundo hay solo dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas y la otra, conseguirlo’.

El gran Jorge Luis Borges también se sintió seducido no solo por la obra, sino por lo que significó el irlandés para el arte: “Mencionar el nombre de Oscar Wilde es mencionar a un ‘dandy’ que también fuera poeta... También es evocar la noción del arte como un juego secreto y del poeta como un laborioso artífice de monstruos (...). A Wilde lo ha perjudicado su perfección (...) nos cuesta imaginar el universo sin los epigramas de Wilde”.

Pero el escritor no advirtió el peligroso juego en el que se había metido con el joven Douglas, más aún si el padre del muchacho, un marqués muy influyente, lo amenazaba acusándolo de ‘corromper’ a su hijo, tildándolo de ‘pervertido’.

‘Bosie’ era un cero a la izquierda. Expulsado de Oxford, su padre le había quitado el apoyo económico hacía tiempo y el enredarse con el artista no solo le valió tener dinero para vivir sin trabajar, sino rodearse de la intelectualidad de la época. Ese arribismo terminó por derrumbar al ‘dandy’.

El marqués utilizó las cartas de amor que Oscar le escribía a su hijo para clavarle un juicio por ‘corrupción a la moral y sodomía’. Eran otros tiempos. Muchos amigos en el extranjero le aconsejaron salir del país, pero este no quería separarse de ‘Bosie’. Que lo condenaran a dos años de prisión y trabajos forzados en la cárcel de Reading fue como cortarle las alas a un águila y colocarla en una jaula para palomas. La prisión lo destruyó.

Su esposa Constance Lloyd, fiel, escritora y feminista, tuvo que huir de Londres con sus dos hijos y se cambió de nombre. Radicaba en Génova cuando recayó de una extraña enfermedad. Al año de haber salido Oscar de su encierro, ella murió en ese mismo lugar.

Al enterarse del mal de Constance, Oscar, junto con Alfred —porque volvió con el muchacho—, con una bolsa de dinero que le entregaron sus amigos íntimos, emprendió un largo viaje hasta la ciudad italiana para ver a sus hijos. Pero el dinero se acaba cuando estaban en Florencia y Douglas, enfurecido, abandona al artista.

Los abuelos de sus hijos le prohíben verlos. Desolado, llega a París. Se ve obligado a cambiar de nombre, identificándose como Sebastian Melmoth. Alcoholizado y sin dinero, vagabundeó meses por las casas de sus amigos en Francia y en algún momento encontró tiempo para escribir ‘La balada de la cárcel de Reading’ (un canto desgarrador). Un libro de amor y de despecho hacia su ‘Bosie’: ‘Viniste a mí para aprender el placer de la vida y el placer del arte...’.

El artista, enfermo de meningitis, vive en un hotelucho de mala muerte de París y fallece a los cuarenta y seis años. Apago el televisor.

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