El reconocido poeta peruano Antonio Cisneros. (Foto: USI)
El reconocido poeta peruano Antonio Cisneros. (Foto: USI)

Este Búho se entera de que se cumplen 10 años de la colocación de la estatua a cuerpo entero del inmenso poeta en el parque Antonio Raimondi, en el Malecón Cisneros de Miraflores, frente al mar. Cuando ingresé a San Marcos, Antonio era una celebridad, no solo al haber ganado el Premio Nacional de Poesía (1965) por su poemario ‘Comentarios reales’ (1964), y luego el Premio Casa de las Américas por su monumental ‘Canto ceremonial contra un oso hormiguero’ (1968), sino por su trabajo de periodismo cultural de primer nivel como director del inolvidable suplemento cultural ‘El Caballo Rojo’ en el Diario de Marka.

Como cantara Roberto Carlos, ‘tuvo un millón de amigos’. Tuve la suerte de conocerlo personalmente gracias a mi entrañable amiga poeta Tatiana Berger, quien en los años 80 ingresó a San Marcos para ser antropóloga, pero escribía secretamente poesía y seguía como alumna libre las clases de ‘Toño’ en literatura. Ella me lo presentó.

Cisneros era hostigado por los radicales ultras, porque ante los salones huelguistas clausurados no acataba paralizaciones politiqueras y hacía sus clases con los poetas Patricia Alba, Mariella Dreyfus, Roger Santiváñez, Dalmacia Ruiz Rosas, el alumno libre y escritor Oscar Malca, Miguel Ángel Huamán, entre otros destacados estudiantes en el café ‘Haití’ de Letras, en su casa y, si eran pocos, hasta en su auto.

Gracias a mi gran amigo y guía, Oscar Malca, pude compartir momentos de bohemia con Cisneros. Cataratas de anécdotas sobre escritores, políticos y sobre todo deportes, pues ‘Toño’ fue un fanático del fútbol y, hay que recalcarlo, de Sporting Cristal. Quién iba a pensar que cuando llegué con mi familia a vivir a Miraflores, sería su vecino y nos encontraríamos en las mañanas en el quiosco de diarios ‘Internacional’ del ‘Apache gordo’ Augusto, justo frente a su casa.

Le gustaba que lo llamaran ¡poeta! y se acercaba a ‘lorear’ conmigo hasta que su incondicional esposa, a quien llamaba cariñosamente ‘negrita’, le pasaba la voz porque se enfriaba el desayuno. Algunas madrugadas tenía la suerte de encontrarlo en el insonme ‘Glotons’ de Comandante Espinar y me jalaba a su mesa a llenarme de cultura, de eruditas disertaciones sobre gastronomía, en las épocas en que tenía su microespacio ‘Cronicas del Oso Hormiguero’ donde tocaba ese y varios temas interesantes a su incomparable estilo.

Pero en el día lo veía salir en terno, rumbo al centro de Lima, donde dirigía el Centro Cultural Inca Garcilaso de nuestra Cancillería. Cisneros era un muchachón rebelde, pero que se reía de la vida hasta sus 69 años, en que lamentablemente se lo llevó un maldito y agresivo cáncer. Trabajó hasta donde le dio el cuerpo para engreír con regalos a sus nietos a los que adoraba: ‘Yo sigo trabajando, no estoy retirado. Me dan pena los poetas que viven en los bares, pero dicen que se mueren de hambre y mendigan una ayuda económica. ¡Que se pongan a trabajar!’, bramaba.

Cuando le preguntaron si le gustaría que le hicieran grandes homenajes póstumos, él respondió: ‘¡Y eso a mí dé que me sirve, si no los voy a ver!’. Con justicia recibió, en los últimos años de su vida, importantísimos reconocimientos, como el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda 2010, que fue entregado por el mismísimo presidente de Chile, Sebastián Piñera.

La inauguración de la escultura de Antonio Cisneros

Hace algunos años recibí la llamada de una universitaria que escribía un trabajo sobre el recordado vate. ‘Búho, este 12 de junio se cumplen tres años de la inauguración de la escultura del poeta Antonio Cisneros en en el Malecón Cisneros de Miraflores. Sé que tú te sentabas en las mañanitas en la banca junto a esa imagen y te metías tus conversas con la estatua del inolvidable Toño’.

Lo primero que pensé fue en cómo pasa el tiempo. Recuerdo la impresión el día que vi por primera vez esa figura en bronce color dorado del poeta de cuerpo entero en el malecón. El trabajo de Nani Cárdenas fue notable.

Con su clásico saco abierto, los brazos cruzados, como el ‘Toño’ de los viejos tiempos. Desde ese día, con frecuencia me sentaba tempranito en aquella banca frente al gris mar miraflorino, haya sol o neblina, para leer mis periódicos.

Lo primero que decía era ‘Hola, Toñito’ y siempre comprobaba que en el ojal tenía una flor amarilla. Nunca, en todos estos años he visto que haya faltado aquella flor en la solapa. Se fue el hombre y quedó su obra: ‘Qué duro es, Padre mío, escribir de los vientos/tan presto como estoy a maldecir y ronco por el canto/Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu reino/si habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas/Cómo decirle pelo al pelo, diente al diente, rabo al rabo/y no nombrar a la rata’ (Oración), escribió en un poemario. Allí estará, en el parnaso de las letras, maestro. Apago el televisor.

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