Este Búho se levantó temprano, el televisor estaba prendido y veía en el noticiero el júbilo de la gente después del partido con Colombia. En ese momento recién retomé conciencia. Me sentía como si me hubiera levantado con una resaca de aquellas, como las típicas del dos de enero, después de las celebraciones de fin de año. Lo curioso es que no había tomado nada en absoluto. Lo que experimentaba era eso que había graficado magníficamente el gran poeta César Vallejo en sus ‘Heraldos Negros’, ‘la resaca de todo lo sufrido’. Porque los más de cuarenta mil peruanos que estuvimos en el estadio Nacional sufrimos lo inenarrable. Tuvimos el corazón en la boca, nos sentimos morir durante la mayor parte del partido. Un ingeniero de La Molina a mi costado me susurró cuando ganaba Colombia y Perú atacaba sin éxito. ‘Por Dios, regalaría mi carro del año a cambio de que Perú haga un gol. A Chile le están ganando y Paraguay no puede con Venezuela’. Estaba como loco ese hincha. La impotencia era total. El gol de Paolo fue una catarsis. El desenlace, de infarto. Si así fue para los hinchas, peor para los jugadores. Por eso comprendo ese final donde conversa el ‘Tigre’ Falcao con los defensas. Se sentía que había dos equipos más en ese verde limeño: los espectros de Chile y Paraguay. Por casi dos años, en estas Eliminatorias Sudamericanas, las más terribles de todo el planeta, se han librado ‘guerras fratricidas’ de poder a poder, en las que ningún equipo es ‘papayita’, por ejemplo Islas Vírgenes, Fiji o Andorra. Algo que sí sucede en la Concacaf, Europa o Asia y Oceanía. De eso eran conscientes ambas selecciones. Entonces, ¿por qué, estando a solo minutos de lograr el objetivo, van a tirar todo por la borda para ‘ayudar’ a un rival que desde hace tiempo se pasa de soberbio y hasta faltoso con sus vecinos sudamericanos? Ni hablar. Perú y Colombia defendieron con derecho lo que con tanto sufrimiento les costó obtener y punto. Los llorones a la playa.
Solo cuando Ricci pitó, los hinchas recobraron el alma. Dieron rienda suelta a su felicidad y ¡salud! que el mundo se va a acabar! Pero para este columnista, su trabajo recién empezaba, o mejor dicho, comenzaba la segunda parte del mismo. Mientras todos enrumbaban presurosos a beber cantidades navegables de cerveza, yo caminaba como un autómata en busca de una cabina de Internet para escribir mi columna. ‘Búho -me había dicho el director- necesitamos tu columna en veinte minutos después de acabado el partido. Va en portada y estamos subiendo el tiraje, así que cerramos lo más temprano posible’. No llevé mi laptop por obvias razones. Las calles aledañas al estadio parecían la sección de parrillas de Mistura, ¡puros ‘chorizos’! En el entretiempo, un editor que dejó su privilegiada ubicación para ir al diario, a coordinar la edición deportiva, me pasó una advertencia primordial. ‘Búho, ten cuidado, hemos salido y hay harto ratero. Entre 28 de Julio y la Vía Expresa está una mancha de pirañones colombianos disfrazados con la camiseta de Perú y están pidiendo ‘peaje’ y ‘marcando’ celulares’. Me alegré de no haber llevado mi laptop y felizmente ingresé a una cabina en Petit Thouars. Los gritos de los hinchas que se retiraban, los saludos y cánticos de los parroquianos, eran como cantos de sirena para mi inspiración. Luchaba contra el tiempo. Salí presuroso a buscar mi carro, colocado prudentemente a varias cuadras del lugar. Hice una parada cerca de mi casa donde me comí un anticucho peruanazo y llegué a echarme un duchazo mientras sonaba mi celular. ‘Búho, ¡dónde la estás haciendo! ¡Con quién estás!’; ‘Búho, dónde es el point, ¡habla!’. Sonreí para mis adentros. Recordé esa canción de Rubén Blades escrita para Héctor Lavoe, ‘El cantante’. ‘Me paran siempre en la calle, mucha gente que comenta: ‘¡Oye, Héctor!, tú estás hecho, siempre con hembras y en fiestas’. Y nadie pregunta si sufro, si lloro, si tengo una pena que hiere muy hondo...’. Esa noche, este columnista no estaba ni con mujeres ni en fiestas, estaba cansado, con el corazón hecho trizas, pero feliz. Había cumplido con mi chamba sano y salvo y vi a Perú dar un paso trascendental para llegar a un mundial de fútbol después de 36 años. Lo que no me explico es por qué desperté con tremenda resacaza, si me acosté sanazo. Apago el televisor.