Este Búho leía en trome.com una interesante semblanza del poderoso presidente de China, Xi Jinping, quien llega al Perú. Alucinante la transformación de China, que ahora es una potencia mundial y ya está a la par que Estados Unidos. Pero eso no se dio de la noche a la mañana. Quién diría que este mandatario que tiene ‘mano de hierro’ es hijo de la Revolución Cultural de ese país, que lideró Mao Tse Tung.
No hay que olvidar que China era la admiración de los grupos de izquierda más radicales. A diferencia de los partidos comunistas pro-Moscú, que apoyaban a gobiernos militares ‘progresistas’ o socialistas, los maoístas solo creían en la ‘guerra popular del campo a la ciudad’. De allí la frase de Mao que era recitada con devoción por los ultras: ‘El poder nace del fusil’. Esa Revolución Cultural china se dio entre la agitada década de 1966 a 1976 y buscaba fortalecer el comunismo eliminando los restos de elementos capitalistas y tradicionales de la sociedad china. Buscaban imponer el maoísmo como la ideología dominante en el interior del Partido Comunista Chino.
La Revolución devolvió el poder casi total a Mao luego de los fracasos del Gran Salto Adelante, período terrorífico durante el cual murieron más de treinta millones de personas debido a la hambruna. Mao acusó a sus rivales en el Partido Comunista de revisionistas e insistió en que tenían que ser eliminados de forma violenta. Esta palabreja, ‘revisionista’, me hace acordar mis años en San Marcos, cuando los radicales de izquierda llamaban así a cualquiera que opinara distinto a ellos, para descalificarlo y anularlo. El llamado de Mao produjo un periodo de terror en China.
En la cúpula, el resultado fue la purga masiva de altos funcionarios. Como resultado, el culto a Mao alcanzó niveles nunca antes vistos. Millones de chinos murieron en esas purgas. Uno de los líderes caídos se salvó de milagro, Deng Xiaoping. El menudo dirigente aprovechó su oportunidad y, al morir el anciano Mao, dio un golpe en el partido y ahí empezó el giro en ese país socialista.
Deng se propuso levantar la desastrosa economía a fines de los setenta. No olvidaba la muerte de millones de chinos durante la hambruna. Deng hizo una verdadera revolución económica, que asombró al mundo. Liquidó la economía planificada, adoptó una mixta y abrió las puertas al capital extranjero. Cuando la Coca-Cola ingresó a China, no solo se benefició la firma gringa, que capturó ese mercado virgen de la mayor población del planeta, sino que el capital extranjero permitió fortalecer la economía del país y crear una industria nacional.
Por esos años, Deng acuñó una frase que definía su total pragmatismo: ‘No importa de qué color sea el gato, sino que cace ratones’. Muchos comunistas ortodoxos se desencantaron, entre ellos las huestes de Abimael Guzmán, que colgaban perros muertos en los postes de luz con un cartelito que decía: ‘Muera el perro Deng’. Pero ese ‘perro’ fue el artífice de que hoy China sea la más grande economía mundial. Aunque este crecimiento es contradictorio, por no decir polémico.
Se sigue manteniendo la estructura de los viejos estados comunistas del partido único. Hay censuras en lo que son las redes sociales, Internet y hasta en películas de Hollywood. Los salarios de los millones de obreros son bajos, además, no hay libre sindicalización y los riesgos de seguridad son tan altos que al año miles de trabajadores mueren por derrumbes, explosiones o inundaciones en minas, represas y fábricas. Apago el televisor.
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