El suboficial PNP Julio Pizarro Trabaj (50) vive en el Callao, tiene una bala metida en el cerebro, medio cuerpo paralizado y no puede hablar. Cuando sus amigos lo visitan sonríe, los coge de las manos y sus ojos se invaden de lágrimas que explotan en llanto. Los médicos le dan pocas esperanzas de que algún día recupere sus facultades físicas.
Pizarro es un destacado policía, quien luego de pasar rigurosos exámenes e investigaciones personales, que incluyó la prueba del polígrafo fue seleccionado como seguridad de la impecable procuradora antidrogas Sonia Medina, la principal enemiga del narcotráfico.
La mañana del 22 de febrero pasado, el agente terminó su turno en la casa de Medina. Se dirigió a su humilde vivienda, ubicada en el Callao. En su mochila llevaba un libro, su pistola de reglamento y un moderno celular asignado para sus labores de seguridad.
En su correa tenía un pequeño y barato celular, que estaba dispuesto a entregarlo si le robaban. Cuando estaba a pocas cuadras de su vivienda vio que una joven era asaltada por tres sujetos. Corrió para ayudarla. Estaba por sacar su arma de su mochila, pero uno de los delincuentes lo alcanzó.
Pizarro empezó a forcejear. El malhechor, que llevaba una pistola en la mano, le descerrajó un disparo en la cabeza. El policía cayó fulminado al pavimento. El efectivo era como miles de policías honestos, que sueñan con que sus hijos sean buenos profesionales. Hacía trabajos extras para que su joven hijo pudiera seguir estudiando en una reconocida universidad particular a la que había ingresado.
En sus vacaciones trabajaba en una empresa llevando explosivos para las minas. El año pasado, buscando un ingreso más, decidió alquilar su pequeño departamento que tenía en Salamanca y se fue a vivir al Callao, sin imaginar la tragedia que lo esperaba.
En el Callao todo está podrido, ni entre policías hay solidaridad. Los amigos de Pizarro descubrieron que un comandante de la División de Criminalística, de apellido Rojas, pretendía encubrir a Jhonattan Silva, un prontuariado por narcotráfico, quien fue detenido luego del atentado contra el suboficial.
En el atestado apareció que Silva había actuado en un asalto, pero no en la mañana, sino en la noche. El caso tuvo que ser asignado a agentes de criminalística de Lima, quienes la semana pasada lograron capturar a los otros dos sujetos que le dispararon a Pizarro.
El suboficial está casi en la orfandad. Las medicinas que le recetan no las hay en el Hospital de Policía. En la calle cuestan ¡S/.300 cada una! Su pareja Adelina ha vendido lo poco que tiene para poder comprarlas.
Lo ocurrido con el agente es una prueba más de que el Callao es tierra de nadie, producto de la permisividad y contubernio con la delincuencia de las autoridades políticas que gobiernan el primer puerto desde 1990. Y, encima, son intocables.
Nos vemos el otro martes.