Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por su escabeche de bonito, arroz graneadito, su huevo duro y una jarra de emoliente. “María, ayer te contaba que me vino a visitar el veterano periodista de policiales ‘Cigarrito’, con su pantalón jean pegadito, casaca jean y su peluca castaña. Cuando las chicas lo ven de espaldas susurran ¡cuero!, pero cuando voltea ven su rostro blancón color zombie, surcado de múltiples arrugas y sus ojos rojos de tantas borracheras y amanecidas. ‘Gary -me dijo con voz de una resaca de tres amanecidas seguidas-, no sé qué les pasa a las redactoras de hoy, mucho Internet, Facebook o Whatsapp les está afectando la visión y no saben apreciar a un periodista otoñal que todavía tiene su jale’. La verdad es que mi amigo no vive su realidad, todavía cree que es el periodista estrella engreído de presidentes y de los directores de los diarios donde trabajaba. Un rubio director lo invitaba a su oficina cuando traía una de sus clásicas ‘pepas’. Un presidente altazo que ya no está entre nosotros le tenía ‘camote’. Lo invitaba a Palacio a almorzar junto al Zambo Cavero. Tomaban pisco y cantaban a dúo. El mandatario tenía cabeza para el licor, pero Cigarrito era ‘pollo’.
Cuando ya estaban movidos, el presidente le decía: ‘Cigarrito, confiesa, ¿qué están planeando tus amigos de la izquierda?’ y mi amigo se iba de boca. Después el edecán lo llevaba a su casa borrachazo y lo dejaban en su cama. Los colegas le tenían envidia y las redactoras le aceptaban las salidas porque querían aprender de él, pero el periodista confundía las intenciones y se ‘iba de avance’ y como Drácula les quería morder el cuello. Todas las citas terminaban abruptamente y al día siguiente en la redacción lo maleteaban: ‘viejo verde’, ‘cochino’, le decían. Pero su Waterloo empezó en el primer gobierno de Alan. Allí se conformaron las primeras Unidades de Investigación de revistas y algunos diarios.
El gobierno tenía terribles ‘chicharrones’ de corrupción, que eran denunciados por los implacables jóvenes periodistas. En esa época cometió un error: los ministros corruptos empezaron a utilizarlo para que desvirtuara las denuncias. A cambio lo invitaban a los restaurantes cinco tenedores, inauguraciones en Iquitos, Cusco y otros lugares turísticos. Nunca recibió un sol, pero le dieron en su debilidad. Lo invitaron al Embassy, boite de moda, y le ‘sembraron’ a la mejor vedette, una cubana que por mil dólares la pegó de ‘enamorada’. El periodista perdió la cabeza y defendió lo indefendible y se ‘regalaba’ en público con la meretriz.
Su comportamiento llegó a los oídos de los dueños del periódico, una familia tradicional de estirpe periodística, y exigieron al director que lo despida. Sin trabajo en un medio importante, se le cerraron las puertas de Palacio, los ministros lo ignoraron y la cubana ordenó a los porteros del Embassy que le prohíban el ingreso. Solo, misio y abandonado, se fue a la selva a trabajar en una empresa chiquita. Pero ahora regresó a Lima y está haciendo caja como asesor de candidatos. Cuando llegó al diario me abrazó y gritó ‘¡¡Cigarrito no había muerto... estaba de parranda!!’”. Pucha, ese señor fue un grande, pero el licor y las mujeres lo perdieron. Me voy, cuídense.