El Chato Matta llegó al restaurante con un tufo a licor que podía tumbar a un caballo. “María, que me traigan un caldo de choros con bastante limón y rocoto molido y un sudado de tramboyo para dormir... ¡para siempre!”.
Mi amigo estaba muy emocionado, pero ya más tranquilo me contó su historia:
“María, tú sabes que hace décadas me mudé de mi rico barrio de San Juan de Lurigancho, pero nunca me olvidé de mis amigos. Sin embargo, siempre recordaré a una chica que nos alocó a todos: la espectacular Rosita. Era increíble, todos soñábamos con ella. Pero, a pesar de que solo sabía sonreír y de su boca solo despedía monosílabos, escogía bien a sus ‘puntos’. Yo era chato, pero las pocas veces que podía estar a solas con ella, le ‘comía el cerebro’, le recitaba poesías que leía de los libros de mi tío universitario. Ella se hacía la disforzada.
Pero una noche en que llegó sola a un tono con luces en la gran casa de mi amigo Kike, le recité al oído un poema del gran poeta nicaragüense Ernesto Cardenal: ‘Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido/ Yo, porque tú eras lo que más amaba, y tú, porque yo era el que te amaba más./ Pero de nosotros dos, tú pierdes más que yo/ porque yo podré amar a otras como te amé a ti/ pero a ti no te amarán como te amaba yo’. Ni bien terminé de susurrarle al oído el poema a Rosita, sentí una lagrimita en mi cuello. Y su voz de chica que hablaba poco, porque su cuerpo y rostro hablaban por ella, me decía: ‘Te espero a la espalda del edificio, chatito loco’.
Nos juntamos como si fuéramos dos solitarios náufragos de dos islas distintas que se encuentran por primera vez. Fueron besos y tocamientos. Mentiría si dijera que con Rosita pasó algo más que eso. Ella me dijo al final, adelantándose a Jaime Bayly: ‘Chato, no se lo digas a nadie’. Y cumplí mi palabra.
Hasta hoy, día en que murió el viejito de ‘Chubaka’, un pata de mi mancha, y la vi llegar ¡del brazo de un nuevo esposo!
La bella Rosita se había quedado viuda de un aviador que fue derribado por los malditos terroristas en la selva. Ahora, se había casado con un empresario veinte años mayor. Cuando llegó a dar el pésame, a pesar de estar al costado de su esposo, me saludó con un beso en la boca. Increíblemente, en el velorio sirvieron vinito semiseco y vi a Rosita meterse tres vasos al hilo. Fue allí donde se me acercó picadita. ‘Chato, loco del diablo, después de treinta años te vengo a encontrar en un velorio. Bueno, a mi viejito flacuchento ahorita le pongo unas pepas y lo llevo a dormir. ¿Me puedes esperar como hace tantos años, atrás del edificio? Ahora sí te prometo que seré toda tuya, haremos lo que nunca pudimos hacer’.
Pucha María, era una propuesta tan tentadora, estaba enterita como Dorita. No sabía qué hacer, me descuadró. La próxima semana te cuento, mi fiel amiga, el final de mi historia con la bella Rosita’”. Pucha, ese Chato va a morir de un infarto porque ‘siempre tiene problemas con el corazón’.
Me voy preocupada, cuídense.