Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por una espectacular parihuela de mero con su cebichito de cortesía. Para tomar pidió una jarra de chicha morada. “María, el país está saliendo lentamente de la crisis económica que trajo pobreza, hambre y desesperación a los peruanos. Por eso no entiendo la decisión del alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, de reubicar a los vendedores de periódicos, emolienteros y otros hacia lugares alejados y peligrosos como la Huerta Perdida o el cementerio El Ángel.
Así lo único que va a provocar es que esos trabajadores se mueran de hambre. Como dice uno de ellos: ¿A quién le vamos a vender? ¿A los muertos? Toda iniciativa para embellecer la ciudad capital y ordenarla está bien, pero no entiendo cómo la actividad de los emolienteros y canillitas perjudica el plan de recuperación del Centro Histórico de Lima.
En Nueva York existen los carritos ambulantes o ‘foodtrucks’, bien limpios, por supuesto, donde venden sánguches y hamburguesas con todas las medidas de higiene. Las carretillas y quioscos forman parte del paisaje de la ciudad.
Pero sobre todo son puestos de trabajo para miles de peruanos que de esa forma llevan un plato de comida a sus hogares. En la práctica, equivale a despedirlos de su centro laboral. Creemos que la medida debe ser revisada y dar soluciones mejor pensadas.
En lugar de desquitarse con los pobres trabajadores por las críticas que recibe, López Aliaga debería atacar a la delincuencia y prostitución, que se han apoderado de vastos territorios a vista y paciencia de la Municipalidad de Lima, como en Risso, Washington o los alrededores de la plaza Dos de Mayo.
Además, debería ocuparse de ordenar el caótico y desesperante tráfico vehicular de la ciudad. Cientos de miles demoran hasta ¡tres horas! en llegar del trabajo a su casa. Esos son verdaderos problemas que debe resolver y no el andar fastidiando a personas honradas y humildes que se ganan la vida de manera decente, sin molestar a nadie y que, además, brindan un importante servicio a los ciudadanos”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.
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