El Chato Matta llegó al restaurante por un espectacular cordero al palo bañado en cerveza, ensalada fresca, papitas doradas, ajicito molido y una jarra de cebada fresquecita. “María, como todas las semanas, recibí el llamado de Pancholón, el más grande abogado mujeriego, ‘zorro viejo’, ‘caminante’ y ‘partidor’. ‘Chatito —me gritó— somos sauna, papaaaaá, abre que voy, funciona solo para nosotros a puertas cerradas, nada de envidiosos, resentidos sociales, malos con su boca ni ‘mala leche’.
Ahora el gordito Richard va a poner hierba fresca, eucalipto, hierbaluisa, manzanilla y cáscaras de naranja y piña’. Entré a la cámara de vapor y Pancholón me recibió emocionado. Un cadenón de oro le colgaba en el cuello. ‘Papá, tú eres mi hermano, barrio y varón. No como esos atorrantes que viven llenos de envidia, te sonríen de frente y cuando te volteas te clavan el puñal. Estoy movido, unos amigos de billetera gruesa, mis causas de la niñez en el balneario de Santa Rosa, me invitaron un cebiche.
Soy carismático y a ellos también les encanta la cochinadita, dame que te doy y pataditas debajo de la mesa. Todos estaban alegres que hayan botado al Cabezón Reynoso y esperan que Perú vaya a otro Mundial. Me pidieron que les cuente mi aventura en Rusia con mi ‘coloradita’, que me acaba de escribir en el Face que me visitará en febrero para ir a Machu Picchu. El tiempo pasa volando.
En el 2018 fui a Rusia a acompañar a la Blanquirroja y viví un fugaz romance con una hermosa chica de Moscú que dejó huella en este pechito. La belleza de las rusas me dejó impresionado, pero saqué a relucir mi floro para conquistarlas. Conocí Saransk, Ekaterimburgo y al final Sochi, donde me enamoré de mi Pancholona rusa. Así le puse porque su nombre era difícil de pronunciar, un amor. Para cautivar su corazón le relaté un gol de la selección de su país y se lo traduje por el celular. Ella se emocionó y me dio un beso en la boca.
Como ya había agarrado moral, puse a todo volumen una canción de mi sobrino Josimar: ‘Con la misma moneda, te pagué infeliz/ ahora vas a saber lo que es ir por ahí/ a que se rían de mí, a que se burlen de ti/ y que te hagan la seña con los dedos así...’. La salsa le encantó a la rusa y fui ganando terreno. Yo estaba en un hotel y ella me pidió que vaya a quedarme a su depa para vivir juntos. Agarré mis chivas, le enseñé a bailar más salsa y en las noches campeoné con mi famoso ‘salto del chanchito’. Ella grabó un video y en su español masticado repitió varias veces: ‘A Pancholón lo quiero mucho...’. La despedida fue muy triste. Le dije que tenía que regresar a Perú y que un día volvería. Ella, llorando, me abrazó del cuello, me besó y dijo: ‘Pancholón, no me dejes...’.
Ahora me ha contactado por Facebook y se quiere quedar un mes. ¿Y ahora qué le digo a mi venequita de 1.85, que es un amor y me engríe en La Posada?... Todo está bonito, Chato, pero las amanecidas me están pasando la factura. Sufro de la próstata, me duele cuando voy al baño, el médico me ha dicho que no tome Viagra porque puede darme un infarto, ya que estoy subidito de peso’”. Pucha, ese señor Pancholón está mal de la cabeza. Su castigo es que se va a quedar solo, viejo y enfermo. Nadie lo va a cuidar porque ninguna de esas mujeres lo ama de verdad. Y la rusa menos. Me voy, cuídense.
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