El Chato Matta llegó al restaurante por su cordero al cilindro bañado en cerveza y papas doradas. Estaba sabroso. Para bajar la grasita se pidió una jarra de emoliente tibiecito. “María, mi hermano Pancholón me timbró emocionado. ‘Chatito- me gritó- somos los que somos, baja urgente al saunita privado, pero cuídate de los mala leche y largadores, ya tengo mis maletas listas para viajar a Chile’. Llegué volando y el gordito me esperaba en la cámara de vapor que olía a eucalipto, manzanilla y frutas frescas. A más de 50 grados me empezó a contar sus historias. ‘Causita, amo a mi viejo ‘Mazamorrita’. Un día me dijo ‘Panchito, llegó tu oportunidad, es hora de saltar a la cancha, tú mismo eres. Vas a debutar con el micrófono en Santiago’.
Me emocioné tanto que boté algunas lágrimas. Llevé una gran bolsa de viaje. Después de la chamba, con mi ‘batería’ nos íbamos en las noches a los bares y discotecas del barrio bohemio de Bellavista, en la calle Pío Nono. Estábamos tomando ‘piscola’, un trago mapochino, cuando ‘El Cura’ me dijo: ‘Panchito, esa blanquita te está comiendo con los ojos’. Era una belleza que reía con sus amigas que tenían el uniforme del local. Era la hija del dueño y también la administradora. Escribí en una servilleta: ‘He venido de tan lejos para iluminar mi vida observando tu sonrisa’. Entrégasela, le ordené al mozo y le di 5 dólares. Cuando vi que la leía y me miraba y sonreía, grité ¡bingo! Al rato, el mozo llegó con un recado: ‘Está ganado caballero, dice Ximena que la espere en la esquina para ir a una discoteca. Y que su consumo va por cuenta de la casa’. ¡Chita la payasá!
Llegó con dos amigas que trabajaban en el bar. Mis amigos ‘El Cura’ y ‘Carepan’ se ganaron con ellas, que fácil podrían trabajar ahora en ‘Esto es guerra’. Pero Ximena era la más hermosa. De frente la llevé a la pista de baile y recuerdo que la mareé dándole vueltas bailando ‘La bilirrubina’ de Juan Luis Guerra. ‘Panchito, eres lo máximo en la pista, mis paisanos no saben bailar’. La aparré en ‘Burbujas de amor’ y la besé apasionadamente con ‘Estrellitas y duendes’. ¡Gracias Juan Luis Guerra! Esa noche los tres peruanos nos fuimos a nuestro alojamiento con las bellas mapochas. Pero sucedió algo imprevisto. La habitación estaba helada, hacía mucho frío, y pese a que Ximena estaba encendida, hasta las seis de la mañana no me vi con ‘Paraguay’. ‘No te preocupes Panchito, de repente te puse nervioso’... Felizmente la Copa América recién empieza y tendremos más partidos’. Cuando bajé a tomar el desayuno buffet me encontré con ‘El Cura’ y ‘Carepan’ con unos cacharros de velorio. ‘Panchito, no sé qué pasó, dejé mal a los varones’. El viejo administrador escuchó nuestra conversación: ‘Po cabritos, ustedes no son el problema, po. Es el frío, po. Sus cuartos no tienen calefacción y estamos a menos de diez grados de noche, po’. Ese era el problema, el gélido frío santiagueño que te congelaba los huesos y hasta el ‘muñeco’. Como teníamos buena bolsa de viaje, gracias a ‘Mazamorra’, compramos tres calefactores. Desde esa noche y durante los veinte días que nos quedamos en Santiago, los tres ganamos por goleada para felicidad de las chilenitas que querían más ‘goles peruanos’. Ahora me alisto para alentar a la selección otra vez en Santiago. ¡Arriba Perú!!!’”. Pucha, ese señor Pancholón es tremendo sinvergüenza y cochino, y todavía cuenta sus historias. Me voy, cuídense.