La Seño María

Las lágrimas del Chato Matta

El Chato Matta recordó a ‘la chinita’ Jenny su gran amor de juventud; quien se fue a Canadá por orden de su papá. Por ello se dedicó al trago, hasta que la joven regresó con una sorpresa.

llegó al restaurante por su cebichito mixto, una espectacular jalea y su jarrita de chicha morada fresquecita. “María en esta época de confrontación política por las elecciones y la maldita pandemia, mucha gente se vuelca al ‘Face’ para recordar tiempos mejores. Jenny, una chinita que fue mi gran amor de juventud, me mandó una foto en la que estamos juntos y abrazados en el Barrio Chino.

Esa imagen me hizo recordar una época inolvidable de mi vida. Desde que la vi me impactó. Yo andaba misio. No tenía ni para una gaseosa. Ella era una belleza oriental, pues su papá era nissei y su mamá una morocha de ascendencia chinchana. Su hija había salido una belleza exótica. Vivía en una gran casa en Barrios Altos, porque su padre tenía una tienda de importaciones cerca a la calle Capón.

La chinita había terminado el colegio y estaba con sus amigas. En un fiesta la saqué a bailar una salsa. Me sorprendió porque bailaba como una rumbera del Callao. En ese tiempo estaban de moda las canciones de y bailábamos ‘Qué hay de malo’: ‘Tu padre como de costumbre/ le ha dado porque tú me olvides/ dice que no soy bueno para ti/ te ha prohibido mencionar mi nombre/ aunque sufras todo lo que sufres/ alejándote de mí él es feliz/ qué hay de malo en quererte como yo te quiero/ regalarte una flor y vivir para ti/ consolar a tu alma si busca consuelo en mí...’.

Nunca imaginé que en el futuro viviría en carne propia la historia de esa canción. Como jugando, casi sin querer, nos enamoramos. La iba a buscar al Barrio Chino, porque ella atendía a veces en la tienda de su papá, quien me miraba con odio.

El viejo hizo todo lo posible por separarnos. Un día llorando me dijo: ‘Chato, me voy a Canadá la próxima semana, a la casa de mi hermana mayor. Todo el trámite lo hizo a mis espaldas. Pero yo nunca te dejaré de querer y volveré’.

Por casi un año me escribía, me mandaba fotos de Quebec, donde vivía. Después ya no respondía mis cartas. En esa época me dediqué al trago con mis amigos de San Juan que me decían: ‘¡Salud, por ellas aunque mal paguen’.

Una tarde, el negro Kike vino a darme un notición. ‘Chato, Jenny está en Lima. Me la encontré en el centro, me dijo que la llames’. Ella me contestó: ‘Chatito, ven a la tienda, te voy a dar una sorpresa’. Me puse mi mejor ropa y perfume. Llegué y la vi. Más hermosa que nunca. Me abrazó y me dio un beso en la mejilla.

‘Chato, te tengo una sorpresa’. Y gritó ¡¡Jacques!! En eso se apareció un rubio altazo, que saludaba en francés. ‘El es mi esposo, yo le hablé de ti y quería conocerte’. Fue el primer golpe al corazón que recibí en mi vida. Lloré a solas. No sería el último, pero me volví más frío y dejé de ser tan inocente”. Pucha, ese chatito tiene sus historias, pero no es tan cochino ni sinvergüenza como Pancholón, que se quiere llevar a todas a la cama. Me voy, cuídense.

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