Mi amigo, el fotógrafo Gary, llegó al restaurante por un escabeche de pescado con papitas sancochadas, arroz blanco, aceitunas negras, rocotito y, para la sed, un jugo de naranja friecito. “María, es increíble que una joven actriz de Hollywood, llamada Xena Radnor, de 25 años, quien llegó a Iquitos como turista, se haya puesto manos a la obra para acabar con las toneladas de basura que flotan en el río Itaya, en el Bajo Belén. Algo que a todos los alcaldes de la zona, desde hace muchos años, hasta hoy, nunca les importó hacer por incapacidad o corrupción. En uno de sus paseos como turista, la rubia estadounidense vio con estupor la tremenda cantidad de basura que flotaba en el agua, alrededor de las casitas levantadas en la orilla del río. Esas precarias construcciones de madera, además, tienen sus baños, minúsculos cuartitos de un metro cuadrado, en el mismo río. Los desechos humanos y toda clase de basura flotan en el mismo río del que los pobladores cogen el agua para cocinar y lavarse, y donde pescan. “Nunca en mi vida había visto algo así”, expresó la actriz con su castellano masticado al borde las lágrimas, al recordar la primera vez que vio ese infierno. Decidió que había que hacer algo y, dejando de lado su vida acomodada en su país, ella misma comenzó a recoger los desperdicios. Su actividad ha impactado tanto en los iquiteños que muchos han llegado a adorarla, lo que ha despertado las iras de algunas autoridades, que la quieren botar.
¡Increíble! Pero el Itaya no es el único río que los peruanos contaminamos de manera salvaje. Basta ver el río Rímac para darnos cuenta de que los peruanos no sabemos cuidar los regalos que la naturaleza nos da. En su paso por Lima y, pese a que es prácticamente el único río que le da vida a esta ciudad en medio del desierto, cientos o tal vez miles de personas arrojan basura, desmonte y hasta productos tóxicos de todos los colores, incluso a través de instalaciones de desagüe. El resultado es que ya no hay peces en ese río y para potabilizar el agua, Sedapal debe emplear costosos y complicados métodos. La contaminación de la ciudad empeora por alcaldes ineptos que ni siquiera pueden con el recojo de la basura que miles de personas, durante meses y hasta años, se ven obligadas a arrojar a la calle porque los camiones recolectores no pasan varios días. Esos cerros de desperdicios se convierten en mortales focos infecciosos que amenazan la salud pública, pues atraen nubes de moscas y roedores. Los burgomaestres que permiten la acumulación de basura en sus calles deberían ser encarcelados”. Gary tiene razón. Me voy, cuídense.