El Chato Matta llegó al restaurante por uno de sus platos preferidos, arroz con pollo presa grande y papa a la huancaína con su huevito duro y aceituna arequipeña. Para tomar, pidió una jarrita de agua de cocona heladita. “María, recibí el llamado urgente del maestro Pancholón, el abogado mujeriego y partidor que es amante de la noche, del colorete bamba y el perfume Pachuli. ‘Chato me gritó por el celular deja todo, te invito a una casa de playa espectacular, cerca a Cañete. No te preocupes por nada, aquí hay roncito, pescadito fresco y hasta piscina. Clic’. Llegué pasando el kilómetro 100 y el maestro estaba bronceado cantando uno de sus temas preferidos del maestro Tony Vega: ‘Esa tormenta ha destrozado el amor/ y la esperanza que había entre los dos/ Ay de mis hijos, están sufriendo,/ esa tormenta todito se lo llevó…’. Chato, estoy descansando por aquí, se viene la Semana Santa y voy a estar tranquilito. Además, la psicóloga me corretea y mi mujer ya se las huele. Al comienzo ella se mostraba muy amorosa conmigo, pero una noche me puso un cuchillo en el cuello, se volvió loca en La Posada y tuve que hacer el pasito de la luna de Michael Jackson. Pero siempre me persiguen las loquitas, todas tienen una pelea de gatos en la cabeza. La semana pasada fue a mi consultorio la ‘Nana’ con un pantalón apretadito, una cinturita de avispa y con cara de avance. En el Callao le dicen la doble de Milett. Llegó como cliente de mi socio, pero él no estaba, y me clavó una mirada que me desnudó.
‘Doctor Pancholón, me han hablado mucho de usted. ¿Podría hacerle una consultita?’ Me la llevé a comer un cebiche y tomamos unas chelitas en Chucuito. A la hora ya estábamos chapando y dos horas después, en La Posada. La primera semana me secuestraba todas las tardes y se iba apurada cuando la llamaba su novio por celular. Me pegué ahí. En la cama del hotel era una diosa, un ángel, pero en la calle, en un bar, en una reunión de amigos, cuando se pasaba de tragos, se volvía una arpía, sacaba lo peor de su personalidad. Una noche me confesó que me odiaba por mujeriego. Pero la más peligrosa es la psicóloga. Se obsesionó conmigo, al punto que un día se llevó mi calzoncillo de La Posada. ‘Una mujer ama hasta los peores olores de su hombre’, me dijo muy seria. Nos íbamos a la Ciudad del Pescador a comer cebiche, tomábamos unas cervecitas negras y de allí a demoler el hotel. En esos momentos me rogaba: ‘Gordito, hazme el amor, quello más’. Lo hicimos tantas veces que el cuartelero del hotel, apenas me veía llegar, gritaba: ‘Abre la puerta que es Pancho con la asmática’. Gastaba tanta plata en el hotel que los dueños me querían dar una tarjeta VIP para socios. En la intimidad, sus gritos se escuchaban por toda la avenida La Marina. Pero ahora ya no sé cómo abrirme. Me llama día y noche. El otro día tuve una pesadilla, estaba con mi mujer en mi cuarto y ella se aparecía vestida de negro y con un cuchillo me cortaba todito a lo Lorena Bobbit. Amanecí gritando y sudando. ‘No, ahí no. Por favooorrrrr’. Tengo miedo”. Pucha, ese señor Pancholón es un sinvergüenza y cochino. Encima, está mal de la próstata. Me voy molesta, cuídense.
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