Siempre que aparecen las terribles siniestradas en el poder, como la defenestración del candidato a la Presidencia por el partido de gobierno y sus listas al Congreso, este Búho pone Netflix y ve la excelente serie sobre las intrigas y lo sucio que es el poder llamada ‘House of Cards’, que justamente ha estrenado su tan esperada cuarta temporada, la que no puedo comentar todavía. Sorprendió al mundo cuando la emitió Netflix en formato ‘streaming’, teniendo un reparto lujosísimo con el galardonado con el Oscar, Kevin Spacey, como Frank Underwood, ambicioso congresista demócrata por Carolina del Sur y su esposa Claire, la bella directora de una ONG ambientalista interpretada por Robin Wright. En la primera temporada, el electo presidente de los Estados Unidos, Garret Walker, le da una mala noticia a Frank, el coordinador de bancada que le dio todo su apoyo para la reelección con tal de que lo nombre, si sale electo, secretario de Estado. Sin embargo, el presidente, a través de su jefa de gabinete, Linda Vásquez, le comunica a Frank ‘que no podrá ser secretario de Estado porque sus habilidades son necesarias en el Congreso’.
Humillado y engañado, Frank planea junto a su siniestra esposa una venganza, ya no aspira a ser secretario de Estado, sino pone en la mira a su veterano correligionario vicepresidente, a quien culpa de su infortunio. Pero su resentimiento y ambición esconden sus increíbles y verdaderas intenciones. Él llega ¡¡a la Presidencia de la República!! sin la necesidad de participar en una campaña electoral y recibir los votos democráticos del electorado. Cosa que logra al final de la tercera temporada. Cuenta con la ayuda de personajes carismáticos como la joven y ambiciosa periodista del ‘The Washington Herald’. Zoe Barnes (Kate Mara) y su siniestro jefe de personal Doug Stamper en ‘House of Cards’. A fin de lograrlo, usa a la periodista, a la que le da ‘pepas’ para tumbarse a sus propios líderes del gobierno y utiliza a Doug para que contrate a una joven lolita y logre hacer caer a un congresista, al que traicionó y planeaba revelar sus cochinadas, Peter Russo, un borracho en recuperación, que al tomar el primer trago entra en carrera alcohólica y así, Underwood, en persona, cuando se queda dormido, lo asesina en su auto.
La parejita aparenta ser un matrimonio estable, pero ambos saben que no se tienen amor. Cuando llegan a su casa se refugian en una ventana para fumar un solo cigarro, que comparten, para planear más siniestradas. Ella le aconseja, sus datos siempre le sirven y casi nunca se equivoca, por eso Frank sube hasta lo más alto del poder en ‘House of Cards’. Algo que al parecer no les funciona a otras parejas presidenciales que establecieron una ‘sociedad’ para gobernar. Ninguno de los dos se ama. Solo aman el poder y no se detendrán hasta llegar a la Presidencia. Ella sabe que su marido la engaña con la periodista Zoe, él sabe que ella le saca la vuelta con un fotógrafo, antiguo amor. Pero la asesina cuando la muchacha descubre la clase de sujeto despreciable que es y amenaza publicar la verdad. Frank, con engaños, la lanza a los rieles del tren.
Ella traiciona al fotógrafo y hace pública su relación sabiendo que destruirá la carrera de su amante. Los actos de esta pareja presidencial no me parecen extraños a la política doméstica de algunos países latinoamericanos. También hay políticos de voluminosa figura, viejos zorros y sin escrúpulos; políticos veteranos, familiarizados con el poder, dispuestos a hacer componendas. Hay hombres de prensa dispuestos a reclamar su rebanada en la torta del poder sin tener rubor ni vergüenza. Así es la política en buena parte del mundo. ¿Perú, escuché por allí? La política y sus sucios tentáculos, en muchos casos, hacen aflorar lo peor de sí a quienes la practican. ‘House of Cards’ es una ficción que a veces no solo se asemeja, sino que se vuelve idéntica a la realidad. Apago el televisor.
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