Este Búho descorchó anoche una botella de vino mientras repasaba una colección de entrevistas a la inmensa poeta Blanca Varela, quien dejó este mundo hace quince años. Me sacudo así de la vorágine diaria del periodismo, cargada de casos de corrupción y crimen. A Varela se le idolatra por su poesía descarnada, esa que, lejos de los acrobáticos usos del lenguaje, fue mas bien simple y sobria. Escribió sobre el amor, pero también sobre la pérdida, con una intensidad que este columnista admira.
Con su poesía no solo demostró talento, también rebeldía en épocas en que el género era avasallado por varones. Su compañero en la Universidad de San Marcos, el poeta Sebastián Salazar Bondy, fue quien la llevó a conocer el inquietante mundo de la literatura entre los bravos de su generación: Emilio Adolfo Westphalen, César Moro, José María Arguedas, Martín Adán, Jorge Eduardo Eielson y Javier Sologuren. Con ellos sus textos maduraron, contaría Blanca muchos años después.
En esa mancha -que se reunía en la peña Pancho Fierro- también conoció al pintor Fernando de Szyszlo, con quien construiría, hasta los últimos días de su vida, un vínculo afectivo indestructible, pero lleno de vaivenes. En el estupendo libro ‘Entrevistas a Blanca Varela’, editado por el gestor cultural Jorge Valverde Oliveros, encontramos confesiones de la escritora sobre esta relación que fue, en realidad, una montaña rusa, pero que nunca descarriló del camino del afecto y la admiración.
El periodista Mario Campos de El Comercio, en 1997, le arrancó verdaderas confesiones a la autora de ‘Ese puerto existe’:
-Blanca, yo siempre quise hablar con usted de amor.
-Bueno, yo he esperado muchas cosas del amor, como todas las mujeres normales, como todos los seres normales, que esperan muchas cosas del amor, sobre todo a cierta edad…
-Es difícil el amor, ¿no? Difícil.
-Es muy difícil, y yo creo que ese sentimiento, que realmente existe, no es muy duradero. Yo no creo que sea duradero, por lo menos con un clímax perfecto.
-Szyszlo fue su primer amor...
-Éramos adolescentes, hacíamos cosas de gente grande, yo trabajaba. Yo trabajo desde los quince años. Yo no era dependiente, nunca lo he sido.
-Y de ser tan independiente, ¿cómo se dio su relación con Szyszlo?
-Muy bien. Nosotros tuvimos una maravillosa relación. Los dos descubrimos juntos muchas cosas. Coincidíamos, teníamos los mismos intereses.
-¿Y cómo se enamoró de Szyszlo?
-Szyszlo era una persona muy distante, muy retraída. Se entusiasmaba, pero solo con las cosas que le gustaban a él. Pero era tímido, sí.
En Francia fueron arropados por el escritor mexicano Octavio Paz, a quien Blanca Varela debe la publicación de su primer poemario: ‘Ese puerto existe’. Aunque parecía una relación perfecta, de ensueño, la peruana revelaría muchos años después la debilidad que el pintor tenía por las mujeres: “Las mujeres le movían la cadera y él enloquecía”. Fue ese el motivo de su primer distanciamiento.
En la misma entrevista a El Comercio, Blanca diría: “(Szyszlo) Era muy joven, no tenía mayor experiencia y se enamoró de otra mujer mayor, mayor. Pero ya había tenido otros flirts. En París, Szyszlo descubrió muchas cosas también”. Sin embargo, dos años después retomaron la relación y fruto de esa reconciliación tuvieron dos hijos: Vicente y Lorenzo, quien falleció trágicamente en un accidente aéreo en 1996. Nuevamente, después de un par de años decidieron separarse, ya definitivamente.
En una conversación con el diario mexicano Reforma en 2001, Blanca confesaría: “Entre nosotros siempre hubo amor, admiración y platonismo. Yo sentía que había fallado e intenté muchas veces. Me sentía como un perro callejero que me encontré y cuya mirada, tan humana, me hizo llorar”. Los vínculos afectivos nunca se rompieron entre Blanca y Szyszlo, y luego de la separación construyeron una amistad. De sus días de novios, cuando jovencitos e inocentes veraneaban en puerto Supe, en Barranca, Blanca Varela escribió este hermoso poema: ‘Están mis horas junto al río seco, / entre el polvo y sus hojas palpitantes, / en los ojos ardientes de esta tierra / adonde lanza el mar su blanco dardo. / Una sola estación, / un mismo tiempo de chorreantes dedos / y aliento de pescado. / Toda una larga noche entre la arena’ (Puerto Supe). Apago el televisor.
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