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‘La tentación del fracaso’

El Búho dedica su columna a la notable obra del gran narrador peruano Julio Ramon Ribeyro y las penurias que pasó durante paso por Europa.
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Julio Ramón Ribeyro

Este Búho se sorprende al comprobar cómo pasa el tiempo. El 4 de diciembre próximo se cumplen veinticuatro años de la muerte de , nuestro genial cuentista. Cuando falleció en aquel año de 1994, este columnista laboraba en un diario deportivo, pero en mi maletín, además de las revistas y periódicos futboleros y otros libros, siempre cargaba uno de Ribeyro, sobre todo por mi entrañable amiga y comunicadora chosicana Iliana Ruiz, una verdadera fanática de la obra del autor de ‘Solo para fumadores’.

Ella lo admiraba tanto que obsequiaba a sus verdaderos amigos los libros del escritor para que compartiéramos con ella su pasión por leerlos. Esa clase de adicción causaba -y todavía causa- el ‘Flaco’ en sus fieles lectores. Por supuesto que Iliana nos llevó hasta su velorio en Miraflores, al que asistimos, de lejos ella fumando al igual que el cuentista en vida, y nosotros, su par de amigos, tomando un vinito con el mar de testigo y en honor del ilustre difunto, que días antes había recibido el importantísimo ‘Premio de Literatura Juan Rulfo’.

‘La palabra del mudo’, ese puñado de joyas del cuento de ciudad, fue libro de cabecera de mi juventud y, como debe ser, lo releo, pues siempre hay que volver a los clásicos, con tanta expectativa como se reencuentra a un antiguo amor, con el riesgo de que la mujer quizá podría hoy decepcionarte, pero un libro como los de Ribeyro nunca lo hará; al contrario, lo encontrarás aún más rico, aleccionador y con nuevas pistas y enseñanzas que antes no pudiste vislumbrar.

Sin embargo, lo que no sabíamos y de lo que solo nos enteramos cuando su editorial publicara su libro de memorias ‘La tentación del fracaso’ (1992-1994), era sobre los descarnados relatos en forma de diario respecto a su vida durante sus primeros años en Europa, donde para nuestra sorpresa relata que vivió situaciones terribles, dramáticas, pues fue un ser mucho más marginal que los protagonistas frustrados de sus relatos.

No dudó en narrar crudamente su durísima estancia en capitales como París, de la que opina: ‘Mi sensibilidad se ha agudizado en París hasta límites enfermizos. No puedo soportar a una persona más de cinco minutos, un resplandor crudo me produce desvanecimientos, una mujer bonita me sacude como un puñetazo (...) Parezco un molusco cubierto de pequeños cuernos retráctiles, que se repliegan al contacto con el mundo exterior’.

Padeció miserias en su calidad de migrante latinoamericano en ciudades como Madrid, Fráncfort o la capital francesa, donde radicó y le fue cada vez peor, al punto que no tenía para comer ni comprar un cigarro, su gran vicio. Tuvo que trabajar en los oficios más ínfimos y pese a todo pasaba días sin llevarse algo a la boca y, lo que era peor, sin fumar, llegando incluso a vagar por las calles recogiendo las colillas de las aceras para poder dar una pitadita.

En ‘La tentación del fracaso’, Julio Ramón optó por flagelarse a sí mismo y llevó a sus lectores a ser parte de su infierno. Aquí solo un fragmento de una escena de la miserable vida que el propio escritor padeció en ese largo y tortuoso camino que significa llegar a ser un narrador consagrado que podía vivir solo de la literatura: ‘10 de abril ¿Por qué existirán habitaciones que estrangularán en quien las habita toda tentativa de creación? Esta que tengo ahora en la Avenue des Gobelins es el nicho del ingenio: estrechísima, larga, oscura, amenazada por el bullicio de tanta carrocería. No se trata, sin embargo, de una habitación miserable (la sordidez a veces estimula la imaginación) sino de una pieza donde se ve con demasiada evidencia la mano ecónoma del previsor e insoportable patrón de hotel parisino. Es lo que se puede llamar una habitación mezquina. No hay la posibilidad de dejar correr el agua en el lavabo, ni la de conectar un tocadiscos porque los plomos estallan. No hay una repisa donde poner libros, ni un escondrijo donde sepultar la maleta para evitarnos la impresión de ser los eternos viajeros. Por el contrario, toda la configuración de la pieza parece destinada a recordarnos que somos pasajeros, que no tenemos la más remota esperanza de estabilidad y que debemos eliminar de nuestra imaginación el proyecto de establecer aquí nuestro domicilio. Si las habitaciones hablaran, esta diría: «Extranjero, te consiento que duermas, pero vete lo más pronto que puedas y no dejes el menor recuerdo de tu persona»’.

Releyendo ‘La tentación del fracaso’, uno revalora y se saca el sombrero por Ribeyro, quien luchó contra todo y contra todos con tal de no fracasar en el objetivo totalizador de su vida: llegar a ser escritor. Qué pena que el recordado ‘Hombre flaco’ no pudo ver los homenajes que comenzaron a hacerle tras su muerte. Solo nos queda brindar por su memoria, como aquella vez en su velorio frente al mar. Apago el televisor.

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