Este Búho releía frente al mar al inmenso Charles Bukowski (Alemania 1920-Los Ángeles 1994) y me preguntaba qué opinaría el autor de ‘Escritos de un viejo indecente’ sobre el llamado ‘lenguaje inclusivo’, donde se pretende eliminar la palabras establecidas en la Academia de la Lengua como el todos por el ‘todes’, ‘munda’ por mundo. Intenciones con un ímpetu avasallador y de presión histérica en las redes que hasta el inútil Ministerio de Cultura premió a una ‘pulpina’ con un jugoso financiamiento de miles de soles para solventar el piloto de una miniserie llamada ‘Mi cuerpa, mis reglas’.
Bukowski primero se mofaría de ‘todas’ y ‘todes’. Para suerte suya, el maestro no llegó a vivir esta época de extremismos alucinantes, porque sino él y sus libros sencillamente hubieran sido condenados a una ‘muerte civil’, habrían plantones y boicots en librerías. Pero el buen Charles no se libró del acoso y las agresiones verbales de las feministas radicales.
Ellas le declararon la guerra cuando leyeron en su libro ‘Se busca una mujer’ (1973), esta provocadora frase de Henry Chinaski, el ‘alter ego’ del autor: ‘Hay en mí algo descontrolado, pienso demasiado en el sexo. Cuando veo a una mujer la imagino siempre en la cama conmigo. Es una manera interesante de matar el tiempo en los aeropuertos’.
En ese momento, varios ‘colectivos’ lo comenzaron a atacar y lo tipificaron de ‘machista’ y ‘misógino’. Él les respondió, porque nunca tuvo miedo ni pelos en la lengua: ‘A las mujeres yo las llamo máquinas de quejarse. Las cosas con un hombre nunca están bien para ellas. Y cuando me tiran toda esa histeria, tengo que salir, agarrar el auto e irme a cualquier lado. Cualquier cosa, menos con otra mujer’.
Ante los ataques, siguió defendiéndose: ‘Me dicen, Bukowski es un cerdo machista (…) seguro, a veces pinto una mala imagen de las mujeres en mis cuentos, pero con los hombres hago lo mismo. Incluso yo salgo mal parado muchas veces. Si realmente pienso que algo es malo, digo que es malo, sea hombre, mujer, niño o perro. Las mujeres son tan quisquillosas, piensan que me las agarro con ellas en particular. Ese es su problema’.
Hubo un tiempo en que no era famoso, trabajó por décadas en un infame empleo en la Oficina de Correos, como cartero al que mordían los perros en los barrios maleados (su primera novela ‘Factotum’ recrea esa etapa), y luego como burócrata. Hasta 1969 vivió ese calvario, pues al borde de los cincuenta años pudo dejar esa chamba para dedicarse totalmente a la literatura, gracias a que el editor John Martin, de ‘Black Sparrow Press’, le prometiera una remuneración de cien dólares mensuales de por vida, con tal de que solo se dedicara a escribir.
El mismo poeta rememoró ese hecho. ‘Tengo dos opciones, permanecer en la oficina de correos y volverme loco… o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de hambre. He decidido morir de hambre’. Pero no se equivocó. Con el tiempo llegaron los reconocimentos, el dinero y la presencia e invitaciones de mujeres jóvenes o no tanto, que se morían por tener un encuentro con el poeta y narrador maldito.
Charles Bukowski: Dos formas como leerlo
‘Yo las aceptaba a todas para recuperar mis años de abstinencia sexual’, confesó. Esta etapa de su vida se ve magistralmente retratada en ‘Mujeres’ (1978). Pero no todas las féminas ven a Chinaski como si fuera un anticristo. Lluisa Matarrodona, coordinadora de la editorial Anagrama en México, en medio de la reabierta polémica, afirmó que es muy seguro que Bukowski haya sido un hombre misógino y machista, aunque aclara que hay dos formas de leer a autores controvertidos como él: desde el presente y con una perspectiva crítica o simplemente como una obra que es producto de su tiempo.
“Es un hecho que sus personajes son alcohólicos, violentos y abusadores. Personas terribles, sin duda, pero no por ello vamos a dejar de escribir o leer sobre ellos. Hay que acercarse a esta clase de escritores con una gran apertura de mente, pero también con un pensamiento crítico”.
‘Mujeres -escribió-, me gustaban los colores de sus ropas, su manera de andar, la crueldad de algunos rostros, de vez en cuando la belleza casi pura de una cara, total y encantadoramente femenina. Estaban por encima de nosotros, planeaban mejor y se organizaban mejor. Mientras los hombres veían el fútbol o bebían cerveza, o jugaban a los bolos, ellas, las mujeres, pensaban en nosotros, concentrándose, estudiando, decidiendo, si aceptarnos, descartarnos, cambiarnos, matarnos o simplemente abandonarnos’.
Su esposa Linda Lee, quien lo acompañó hasta su muerte y mantiene la casa de San Pedro y el despacho del escritor como un museo, incluso reveló detalles poco conocidos de sus rutinas: “Jamás hablaba de su trabajo, pensaba que le traería mala suerte. A veces escribía poemas en plena noche. Bebía un vaso de vino y me los leía. Pero esto pasaba solo una vez al año. Por lo general no mostraba sus trabajos a nadie, los enviaba todos directamente a su editor”.
Murió un 9 de marzo de 1994. Ironías del destino, un día después de celebrase el ‘Día de la mujer’. Apago el televisor.
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