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El escritor borracho, rudo y salvaje

Nuestro columnista nos trae una reseña sobre la vida del gran escritor norteamericano Ernest Hemingway
Nuestro columnista habla sobre el escritor Ernest Hemingway.

Este Búho considera que no existió mejor nombre para el notable grupo de escritores que radicó en París en los años 20: ‘Generación perdida’, que encabezó, engalanó y honró el colosal Ernest Hemingway, el gringo más borracho, rudo, salvaje y mujeriego de su mancha. Protagonista de una vida que conoció todos los excesos y abismos, que saboreó las más increíbles aventuras, hazañas y reconocimientos.

Forjó su vida a contracorriente de lo que esperaba su familia, conservadora, que siempre renegó de su literatura y estilo de vida. Aprendió a leer a los cinco años con la Biblia, ‘sobre todo el antiguo testamento’. Conoció y amó la pesca y caza gracias a su padre, a quien una enfermedad incurable y la depresión lo llevaron al suicidio.

Acarició y disparó una escopeta a los 10 años. Diestro en los deportes, practicó natación, rugby, atletismo, water polo, pero lo sedujo el boxeo, actividad que un día le generó una lesión al ojo izquierdo.

Foto: Agencias

Probó su primer trago a los 15, tal vez cuando iniciaba sus prácticas en el periódico 'Star' de Kansas, en donde ensayó sus iniciales técnicas para escribir.

A la mayoría de edad quiso enrolarse en el ejército para participar en la Primera Guerra Mundial, pero el defecto ocular de sus épocas pugilísticas se lo impidió, no por mucho tiempo, pues logró integrar la Cruz Roja y así viajó en el buque ‘Chicago’ hasta Francia y luego a Italia, en donde inició esa huracanada vida de la que hasta hoy se sigue escribiendo.

En su primer día conoció los horrores de la guerra, cuando fue enviado en su ambulancia a recoger víctimas de una explosión. ‘Me acuerdo que después de haber buscado los cuerpos completo, se recogieron los pedazos’.

Posteriormente estuvo asignado a una 'cantina' y se encargó de repartir en bicicletas chocolates, chicles, café y cigarrillos a los soldados.

Durante esa actividad fue gravemente herido en las piernas con esquirlas. Lo atendió la curvilínea enfermera Agnes Von Kurowsky , una hermosísima compatriota que inspiró el personaje de ‘Catherine’ en ‘Adiós a las armas’ (1929). Cuando estuvieron a punto de casarse, Agnes lo dejó y esa fue la primera y única vez que Hemingway perdió por ‘nocaut’.

Como corresponsal del diario Toronto Star regresó a Europa en diciembre de 1921. Aunque esta actividad le servía para viajar con su primera esposa Hadley y su pequeño hijo por todo el viejo continente, no se sintió libre para ejercer su oficio de escritor.

Entabló amistad con Francis Scott Fitzgerald y John Dos Passos, integrantes también de la mítica ‘Generación perdida’.

Por aquellos años viajó a España para la fiesta de San Fermín. La aventura le sirvió como semilla de su libro 'Fiesta', que finalmente lo consagró como escritor y aumentó su popularidad de forma considerable.

Su agitada vida lo llevó a participar en la Guerra Civil española, que lo inspiró a escribir la monumental ‘Por quién doblan las campanas’. También cubrió como periodista el desembarco de los países aliados en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial.

Su afición por el trago ya era conocida y se le admiraba el talento de beber sin embriagarse. Por eso renegaba con su 'compadre' Fitzgerald, quien era 'cabeza de pollo' y caía a la primera copa de whisky.

Sobre sus hazañas cuentan que alguna vez se tomó 15 copas de daiquiris sin levantarse de su asiento. Fue un viajero incansable y recorrió desde África hasta Asia.

Fue un mujeriego incorregible y amante de las 'chicas malas'. Cuando la crítica lo consideraba acabado, publicó 'El viejo y el mar', el último empujón que lo llevó a ganar el premio Nobel de Literatura.

Como buen aventurero también visitó la costa peruana. En 1956 llegó directo de Estados Unidos a alborotar Talara, Piura, acompañado de su cuarta esposa, la bella y sufrida Mary Welsh. Arribó al norte del Perú solo por un motivo: cuatro años antes, en esas tibias aguas norteñas se había pescado el primer merlín negro del mundo, de mil libras (unos 450 kilos).

El novelista quería pescar otro merlín para utilizarlo en la película que se estaba rodando en base a su novela ‘El viejo y el mar’ (estrenada en 1958). Demostró paciencia y tras varios días en el océano no solo pescaron un merlín, sino cuatro. Dicen que esa noche las provisiones de pisco del mítico ‘Fishing Club’ de Cabo Blanco se agotaron por la insaciable sed del novelista.

En 1961, a los 62 a los, víctima de trastornos mentales y depresión, el gran Hemingway se disparó en la boca los dos cañones de una carabina, apagando así una vida desenfrenada, a la que no le negó ningún placer ni le midió ningún riesgo. Apago el televisor.



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