Este Búho, como buen periodista, está muy atento a las redes sociales y sigo la página ‘Cinéfilos Rebeldes’, donde comentan sobre ‘joyitas’ del sétimo arte, detalles y curiosidades de grandes películas. Ayer opinaron sobre una cinta que arrasó con los principales premios Oscar de 1991: ‘El silencio de los inocentes’, dirigida por el recordado cineasta neoyorquino Jonathan Demme, quien falleciera a los 73 años, víctima de cáncer, en el 2017.
Obtuvo cinco estatuillas: a mejor película, mejor director, mejor actor (Anthony Hopkins), mejor actriz (Jodie Foster) y mejor guion adaptado. Este columnista recuerda que el año de su estreno había regresado a estudiar y ‘lagartear’ en San Marcos, porque el periódico donde laboraba acababa de ser enterrado en el ‘cementerio de papel’.
Así que una tarde invité a mis veinteañeras ‘chocheras’ de Sociales, las primas Chaska y Nina, a ver el que hoy es considerado un filme ‘de culto’ en un cine del centro de Lima. Hasta ese momento no sabíamos, en verdad, que íbamos a presenciar una de las ‘pelas’ más aterradoras de la historia del celuloide, que nos presentó también a uno de los villanos más indenoscriptibles de la pantalla: el psiquiatra Hannibal Lecter (extraordinario Hopkins) como un verdadero caníbal disfrazado de exquisito médico de la alta sociedad de Baltimore, que en su vida dual asesinaba y degustaba a la parrilla las mollejas o cerebros de sus infortunadas víctimas, acompañándolos con una copa de fino Chianti.
Jonathan Demme asombró al mundo con una película que fue más allá de los géneros. Fabricó un híbrido entre el terror y el thriller, y supo interpretar el espíritu de la notable novela de Thomas Harris.
Decían que el director era conocido por ser un tremendo melómano (en 1984 filmó un documental musical también de culto: ‘Stop making sense’ sobre un concierto del grupo vanguardista ochentero Talking Heads y había dirigido videoclips rockeros de músicos de la talla de New Order, UB-40, Neil Young o Bruce Springsteen) y tener fama de saber sacar lo mejor de los actores bajo su dirección. Pero nunca había trabajado con Jodie Foster, quien ya había ganado el Oscar a mejor actriz por el drama ‘Acusados’ (The accused, 1988), en el estremecedor papel de una joven violada ‘en manada’ por universitarios.
Tampoco lo había hecho con un actor de carácter como el galés Hopkins. Foster interpretó a la novata estudiante de la academia del FBI, Clarice Starling, que es enviada por su pétreo jefe Jack Crawford (excelente Scott Glenn) para que vaya a entrevistar al temible asesino en serie, Lecter, sepultado en una prisión de máxima seguridad, en aislamiento total y con permanente hostilización del director del penal, el siniestro y arribista doctor Chilton.
La platea mundial nunca olvidará la impactante y aterradora escena en que la joven estudiante ingresa al pasillo que da a la ultra custodiada celda del criminal más sanguinario e inteligente de Estados Unidos, con el objetivo de pedirle ayuda para capturar a un antiguo paciente suyo, quien sería también un asesino en serie. Un cruel transexual al que la prensa ‘bautizó’ como ‘Buffalo Bill’, porque secuestraba y mataba a jovencitas subidas de peso para despellejarlas y, con la piel, confeccionarse un vestido.
Recuerdo que por el 30 aniversario del estreno, Foster y Hopkins fueron conectados virtualmente por Variety para el programa ‘Actors on Actors’. Allí Jodie recordó la impactante escena de su primer encuentro con el ‘caníbal’ Hannibal Lecter, en el pasillo de la prisión: ‘Era un escenario inquietante. Todos los presos diferentes, muy oscuros y de mal humor, y de repente llegamos a Lecter: era muy brillante y con una especie de iluminación bidimensional’.
Lo bueno es que el filme está en una plataforma de streaming para que las nuevas generaciones observen una producción estremecedora, con extraordinarias actuaciones y perfecta dirección. Apago el televisor.
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