Blanca Varela
Blanca Varela

Este Búho escribe una columna diferente en este ‘Día de la madre’, pues soy consciente del cáncer que vive nuestro país a raíz de la sanguinaria delincuencia. A esas madres a quienes les arrebataron sus hijos me gustaría dedicarles este texto. En estos últimos años cientos de jóvenes y señoritas han sido asesinados, lo dicen las estadísticas. Eran muchachos con un futuro prometedor, llenos de vida, trabajadores o estudiantes honrados a quienes el crimen les apagó la luz.

Cuando a uno se le muere el padre o la madre, se queda huérfano. Pero cuando a uno se le muere un hijo, no tiene nombre. El dolor es hondo y para siempre. Es un dolor que la poeta peruana vivió en carne propia. He escrito ríos de tinta sobre ella y conozco muy bien su poesía. O eso creo. La he repasado innumerables veces, en distintas etapas de mi vida, y la sigo descubriendo en cada verso.

La admiro no solo por su arte -que ha rejuvenecido con el tiempo-, sino porque fue una mujer empoderada y con su talento supo ganarse un lugar preponderante en un mundillo literario gobernado por varones. Disfrutó la vida como pocas: cultivó amistad con los más grandes pensadores de su época como José María Arguedas o Jean Paul Sartre, viajó como quiso y se enamoró perdidamente del reconocido pintor Fernando de Szyszlo, con quien se casó y algunos años más tarde se divorció, porque ‘las mujeres le movían las caderas y él enloquecía’.

Eso sí, nunca se supo reponer de la muerte de su segundo hijo, Lorenzo, quien falleció en un accidente aéreo el 29 de febrero de 1996. “Desde entonces no fue la misma.

Ella estaba disgustada con el destino, con la naturaleza desalmada. Por un lado, comprendía, decía que la naturaleza tiene mucho de bueno y más de malo”, me contaría muchos años después el vate Leoncio Bueno. Que su ingreso a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y su amistad con el poeta Sebastián Salazar Bondy fue fundamental para cimentar su vocación, es verdad. Que fueron sus viajes a París los que atizaron y afinaron su creación poética, ya se sabe. Que fue el escritor mexicano Octavio Paz su amigo, maestro y aliado para publicar su primer poemario: ‘Ese puerto existe’, correcto.

Que la maternidad significó una etapa de descubrimiento y deslumbramiento, así es: “Lo que recuerdo con más alegría es la época en que fui madre, cuando tuve ya mis dos hijos (Vicente y Lorenzo) y en que sentí que era como si realmente se hubiera completado un destino. Antes de tener hijos yo era algo más fría, más egoísta. Yo creo que con los hijos comprendí muchas cosas”.

Pero también hay una verdad que nadie discute y en la que todos coinciden, que con la muerte de su segundo hijo, cuando apenas tenía 36 años, Blanca Varela también murió. ‘Se fue apagando’, dijo el pintor en su momento. A propósito de esta fecha especial, se acaba de publicar el libro ‘Entrevistas a Blanca Varela’, editado por Jorge Valverde Oliveros, y quiero tomar un extracto de la conversación que Varela sostiene con el periodista Mario Campos de El Comercio en 1997 que, precisamente, aborda el tema de la pérdida del hijo:

“-¿Cómo es su poesía después de la muerte de Lorenzo?

-Es mucho más oscura. Es más oscura porque ya venía buscando, cierto tipo de… perdón, es muy difícil hablar de poesía.

- Y le sigue siendo duro hablar de Lorenzo.

-Bueno, ya casi Lorenzo entró en el mismo ámbito de la poesía.

-Se ha quedado usted rota.

-Me hace tanta falta mi hijo, tanta falta. Falta para vivir, para lo cotidiano. Era un muchacho de tanto talento. Pero no porque fuera hijo de Szyszlo, o de Blanca Varela. Lorenzo era un muchacho con sus propios valores, que iba a dar tanto, que ya había dado tanto. El padre Gustavo Gutiérrez me dijo que no retuviera solamente las malas noticias, que recordara también las buenas, porque cuando mi hijo nació fue una gran noticia. Pero yo me he quedado huérfana”.

Al hijo ausente, Blanca Varela le dedicó este conmovedor poema: “Si me escucharas/ tú muerto y yo muerta de ti/ si me escucharas/ hálito de la rueda/ cencerro de la tempestad/ burbujeo del cieno/ viva insepulta de ti/ con tu oído postrero/ si me escucharas” (Si me escucharas).

A la poeta, una trombosis a la carótida el mismo año de la muerte de su hijo le quitó poco a poco facultades físicas y deterioró su salud precipitadamente. A pesar de ello pudo publicar ‘Concierto animal’ y ‘El falso teclado’, dos poemarios que los críticos ubican dentro de sus más grandes obras, después de ‘Ese puerto existe’. Logró los máximos reconocimientos, como los premios ‘Octavio Paz’, ‘Federico García Lorca’ o ‘Reina Sofía’, pero nunca más fue feliz.

Falleció el 12 de marzo de 2009 y sus cenizas fueron esparcidas en el mar de Paracas. Allá, a donde van los que dejan este mundo, Blanca Varela debe estar apachurrando a su hijo Lorenzo y al pícaro ‘Gody’, como llamaba al pintor. Apago el televisor.

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