Este Búho no puede negar que tiene fe. Ni mis años estudiando Materialismo Dialéctico en San Marcos borraron de mi ser el sentimiento religioso ni mi sincera adoración por ese ser superior, que para unos puede ser el Dios católico o para otros Jahvé o como quieran llamarlo. De niño fui monaguillo en el colegio de curas ‘Santísima Trinidad’, donde estudiaba con el gran Carlos ‘Cachín’ Alcántara. Sin embargo, pese a que a mi hija no la matriculé en un colegio religioso, nos sentimos entusiasmados con la idea de recibir al Sumo Pontífice ‘Panchito’, como lo bautizó Trome, en la avenida Brasil. Almorzamos un suculento menú marino en el mítico restaurante ‘María Pastor’, cerca de la Plaza San José, y enrumbamos a la mencionada vía. La gente ya estaba colocando sus sillas, altares, cuadros. Mi hijita estaba emocionada. ‘¿Pa’, tú ya viste a otro Papa, no?’. No pude evitar ingresar al túnel del tiempo y recordé la histórica visita de Juan Pablo II a nuestro país, en aquel convulsionado año de 1985. El polaco impuso un estilo mucho más campechano, dispuesto a llegar a sus feligreses con un contacto directo, por ello fue un ‘Papa viajero’ y se le conoció como ‘Juan Pablo peregrino’. Desde que el Perú y la Santa Sede establecieron relaciones diplomáticas, en 1859, nunca nos había visitado un sumo pontífice. Por eso, el anuncio de que el Santo Padre iba a llegar a nuestro territorio causó tremendo impacto. Recuerden que se acababa el gobierno de Fernando Belaunde y el Perú era corroído por la insania terrorista de Sendero Luminoso. El Papa decidió, aún en contra de los consejos de Belaunde Terry, viajar a Ayacucho, y esa visita fue comentada en el mundo entero.
El hoy santo tenía razones para no sentir miedo. Nació en 1920. En la secundaria destacó como ajedrecista. De joven tuvo que trabajar en una cantera y en una fábrica química para evitar que lo deporten a Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Tuvo el coraje de luchar en la resistencia contra los nazis y por ello fue fichado por la Gestapo. Contaba que se refugió en una casa abandonada para evitar su captura y que se integró a un grupo de jóvenes que hacían teatro y otras actividades culturales para resistir a la ocupación nazi. Muchos años después, ya siendo sacerdote, Karol escribiría una obra de teatro, ‘El taller del orfebre’, cuyo tema musical en castellano interpretara el venezolano Guillermo ‘Nacho’ Dávila, que sonó mucho cuando se produjo la llegada del Sumo Pontífice a nuestro país. De joven jugó al fútbol, era delantero y dicen que tenía buen dribling. A los 23 años ingresó a un seminario clandestino para sobrevivir a las masacres de las tropas alemanas. Siempre destacó por su extraordinaria inteligencia y llegó a dominar, además del polaco, el italiano, francés, alemán, portugués, ucraniano, ruso, croata, griego antiguo, latín y español.
Su obra religiosa es muy conocida y los peruanos lo recuerdan con mucho cariño y gratitud. Como ya mencioné, en esa primera visita a Ayacucho, campeaba la violencia senderista con torres derrumbadas, coches bomba y ejecuciones a autoridades, masacres de comunidades campesinas y asesinatos de policías. En ese polvorín, el Papa se mostró enérgico y claro y les mandó un mensaje a los terroristas: ‘Cuando una ideología apela a la violencia, reconoce con ello su propia insuficiencia y su debilidad’. Luego, mirando a la masa que atiborraba la plaza, como si quisiera descubrir a algunos senderistas camuflados, gritó: ‘¡Cambiad de camino, aún estáis a tiempo!’. Posteriormente, fue a Villa El Salvador, Callao, Trujillo e Iquitos, donde pronunció su histórica frase: ‘El Papa se siente charapa’. En el hipódromo de Monterrico, el Vicario de Cristo se reunió con los jóvenes. Este columnista estuvo allí, achicharrándose, porque fue el día más caluroso del verano, con su enamoradita sanmarquina Anita, que hoy debe estar en el cielo junto a él haciéndole bromas. Me emocionó ver a Francisco en Puerto Maldonado, pueblo castigado por miserables que depredan la amazonía para llenarse del vil oro y donde el Estado hace muy poco para salvar ese pulmón del mundo. Más aún, me conmovió el mensaje de los nativos: ‘Queremos que cuide nuestra tierra, educación para nuestros hijos, colegios, pero que no nos quiten nuestra lengua, nuestra historia’. Espero que esto sirva para proteger a nuestros hermanos de la selva, a las mujeres y niños esclavizados por el dinero sucio. Apago el televisor.