Este Búho se levantó en estas fechas especiales de Fiestas Patrias y recordó que tuvo una pesadilla. Estaba en el Congreso y el legendario Charly García, con la cara pintada de rojo, con una banda que le colgaba en su famélico cuerpo, les tomaba el juramento a una pareja alucinante: estaban abrazaditos la escultural Rosselli Amuruz y Waldemar Cerrón ¡disfrazados de Barbie y Ken! ¿Qué tenía que ver mi ídolo argentino con las Fiestas Patrias? Inmediatamente recordé aquel 28 de julio de 1985, cuando fui con mi noviecita de la universidad, Anita Fuentes, a la Feria del Hogar, para presenciar el inolvidable concierto del rockero argentino, que en aquella época sonaba hasta el hartazgo en radio y televisión con ‘No me dejan salir’ y ‘Nos siguen pegando abajo’. Alucino en estos días. La mayoría de escolares ya salió de vacaciones por dos semanas y tienen tiempo libre para irse de viaje o acudir a los diversos espectáculos que se presentan en estas fechas. Los tiempos han cambiado.
Ahora veo a muchos chicos, niños incluso, ensimismados frente al smartphone. Muchos no practican ningún deporte y están obesos. La tecnología es un modo de vida. Pero nunca podemos olvidar la frase que nos acompañó en la niñez: ‘mente sana en cuerpo sano’. Por eso el 28 iremos al club como propuso mi hijo de 6 añitos, quien se vuelve un patito en la piscina. Hay que cruzar los dedos y que salga solcito como ayer. Para el 29, mi hija de 17 abriles ya me hizo comprar entradas para la Feria del Libro donde llegará su admirada escritora de 23 años, la española Joana Marcús, autora de una trilogía novelesca iniciada con ‘Antes de diciembre’ (2022) que vendió más de 260 mil copias, fenómeno que estará esa tarde ante sus ‘Marcúslovers’ peruanas dando una conferencia. En mis tiempos de chiquititud, después que nos llevaban al desfile en la avenida Brasil y la Parada Militar, queríamos comer pollo a la brasa y de ahí ir al circo, a ver los fieros leones, los osos gigantescos, los valientes domadores, las bellas trapecistas y los jocosos payasos. En la avenida Alfonso Ugarte estaban enclavadas sendas carpas de circo.
Frente a lo que hoy es Metro de Alfonso Ugarte, en la avenida Venezuela, estaba la mejor pollería de la zona: ‘La Carreta’, donde el pollo te lo servían en una canasta y no te daban cubiertos. Te ponían al final unos recipientes con agua caliente y limón para que te limpies las manos y salga toda la grasa, y por supuesto servilletas. Y de cortesía una tacita de delicioso y humeante consomé de pollo. Pero el ‘plato fuerte’ era el circo. Me da pena reconocerlo, ya los circos no son los de antes. Los de antaño eran diferentes. Hasta los más ranqueados de primer nivel, como el ‘Circo Ruso’ con soviéticos de verdad y no rubios españoles o argentinos, o el ‘Holiday on Ice’, que era de patinaje sobre hielo en el Coliseo Amauta. O los populares, como el ‘Modelo’ o el ‘Los Hermanos Fuentes Gasca’, ‘Green’, ‘Africa de Fieras’, ‘Montecarlo’, que se levantaban sobre terrales.
Pero nada podrá reemplazar a la clásicas y entrañables carpas que, a veces, aparecían remendadas y parchadas, como las de la avenida Alfonso Ugarte o la plaza Grau. La verdad es que siempre me gustó el mes de julio. Al margen de las celebraciones por Fiestas Patrias, desde que era niño me envolvía la magia de los circos. Y tengo recuerdos imborrables. De pequeño, recuerdo las inmensas carpas y los extraños personajes que se instalaban cerca a nuestras casas. En nuestra inocencia nos maravillábamos o esperábamos que saliera el gran domador a arriesgar la vida para poner en ‘vereda’ a los temibles leones y tigres de Bengala. A los terribles osos. Las bestias estaban allí en nuestras narices y no a 100 metros y enjaulados como en el Parque de las Leyendas. Ya de adulto, con el avance de organizaciones en velar por los derechos de los animales, les echaron el ojo a las fieras de los circos. Esos animales eran tratados de la manera más cruel. Estaban condenados a pasar su cautiverio en reducidas jaulas, que les ocasionaban problemas en los huesos y les hacían perder movilidad y reflejos. Además, los dopaban, les cortaban las garras y hasta los colmillos con tenazas para proteger al domador. En realidad, esas criaturas de Dios ya no podían atacar a nadie. Estaban tan mal alimentadas que eran incapaces de ser un peligro.
Recuerdo que uno de los últimos circos, uno mexicano, llegó al descampado que había hace años frente a Plaza San Miguel, donde ahora están Plaza Vea y un casino. Tenía varios leones y tigres. Sospechosamente, de la noche a la mañana, todos los perros vagos de Pando desaparecieron. Sendos afiches con las fotos de ‘Bandido’, ‘Merlín’, ‘Chester’, ‘Manu’, ‘Spony’, ‘Paco’, mascotas misteriosamente desaparecidas, inundaban los postes, paredes y negocios de la Av. Universitaria, en San Miguel. Me quedé corto. Mañana continúo. Apago el televisor.
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