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Blanca Varela y su eterna poesía

El Búho dedica esta nueva columna a la obra de la notable poetisa nacional Blanca Varela
Blanca Varela. (Foto: GEC)

Este Búho abrió sus ojazos cuando leyó los resultados de una encuesta en un blog de literatura: ‘Escoja dos de los mejores poetas de la gran generación del cincuenta’. Había una larga lista con los nombres de la pléyade de vates de aquella década prodigiosa.

El de los inolvidables Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli, Francisco Bendezú, Emilio Adolfo Westphalen, Alejandro Romualdo, Manuel Scorza, Washington Delgado, Pablo Guevara, Juan Gonzalo Rose, Gustavo Valcárcel.

La única mujer de la lista era Blanca Varela. Y como no podía ser de otra manera, su nombre estuvo en cada voto, junto a otro grande de su generación. Podía ser Eielson, Romualdo, Bendezú, Sologuren o Westphalen, pero siempre al lado de Blanca.

Recuerdo cuando ingresé a San Marcos y escuché por primera vez el nombre de Blanca Varela. Mis amigas y jóvenes poetas Mariela Dreyfus, Patricia Alba y Tatiana Berger leían sus poemarios en el entrañable patio de Letras.

Sobre todo el primero de ellos: ‘Ese puerto existe’ (1959). ‘Está mi infancia en esta costa/bajo el cielo tan alto/cielo como ninguno, cielo/sombra veloz/nubes de espanto/ oscuro torbellino de alas/azules casas en el horizonte/junto a la gran morada, sin ventanas/junto a las vacas ciegas/junto al turbio licor y al pájaro carnívoro/¡Oh, mar de todos los días, mar montaña/boca lluviosa de la costa fría’.

Nació en Lima en 1926, en el seno de una familia de mujeres intelectuales. Su abuela y sobre todo su madre, la escritora costumbrista Esmeralda Gonzales Castro, más conocida como ‘Serafina Quinteras’, autora del archiconocido tema ‘Parlamanías’. ‘Haremos casas de ochenta pisos...’ .

No sorprendió que ingresara a San Marcos para estudiar Letras. Allí no tardó en escuchar los consejos de un maestro como Sebastián Salazar Bondy. Pero en las aulas integraría el grupo de los ‘cuatro fantásticos’, con poetas jóvenes como Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli y, como invitado, un sanmarquino grandazo, de pinta temible, pero con estratosférica sensibilidad: Paco Bendezú.

A ese grupo se integraría también un joven y prometedor pintor que llegaba de la Universidad Católica, Fernando de Szyszlo, con quien inició un noviazgo.

Después de acabar sus estudios en 1947, se casaron y volaron a vivir los inolvidables momentos del movimiento surrealista que dominaba París. Conoció a André Breton y Simone De Beauvoir, cuyo espíritu libertario en su relación con su marido, el filósofo Jean Paul Sartre, sin duda la influenció.

Por eso la joven era aparentemente solo la esposa del prometedor pintor peruano, pero cuando su marido no la veía, escribía a escondidas, profusamente. En el año 1959 había terminado un libro. Hasta lo había titulado ‘Puerto Supe’, pueblito en el norte chico donde veraneaba de niña.

El poeta mexicano Octavio Paz, amigo del matrimonio, quien la animaba a escribir y fue al único al que le mostró su trabajo, la inquiriá sobre el título: ‘¿Supe? ¿Qué es eso?’. No entendía qué quería decir Supe. Mortificada porque ninguneaban el pueblo de su familia, alzó la voz: ‘¡Pero ese puerto existe, Octavio!’.

Paz sonrió de oreja a oreja y exclamó: ‘¡Allí está, Blanca, ese es el título de tu libro, ‘Ese puerto existe’!’. Su obra poética se incrementó con ‘Luz de día’ (1963), ‘Valses y otras falsas confesiones’ (1971), ‘Ejercicios materiales’ (1993) y ‘Concierto animal’ (1999).

El mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, escribió sobre su obra: “Blanca Varela es una poeta que se complace con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo. Su poesía no explica ni razona. Tampoco es una confidencia. Es un signo, un conjuro frente, contra y hacia el mundo, una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad. Y, también, una exploración de la propia conciencia”.

La Blanca madre asoma desgarradoramente en este poema: ‘No sé si te amo o te aborrezco/como si hubieras muerto antes de tiempo/o estuvieras naciendo poco a poco/ penosamente de la nada siempre/porque es terrible comenzar nombrándote/desde el principio ciego de las cosas/con colores, con letras y con aire /Violeta rojo azul amarillo naranja/melancólicamente/esperanzadamente /absurdamente/eternamente (…) mas luego retrocedes te agazapas/y saltas al vacío/y me dejas al filo del océano/sin sirenas en torno/nada más que el inmundo el bellísimo azul/el inclemente azul/el deseo’ (fragmento de ‘Valses’).

Se fue físicamente en el 2009, pero vivirá eternamente entre nosotros con su eterna poesía. Apago el televisor.

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