El vape llegó como una alternativa para reducir los daños que ocasionan los cigarros convencionales. Muchos jovencitos lo utilizan para ir a las discotecas, conciertos y reuniones; por ello, el mercado creció enormemente y son muchas las marcas que lo ofrecen, pero, ¿es realmente menos dañino?
El doctor Sebastián Arrieta, experto en Medicina de la Obesidad dice que en un mundo donde el humo del tabaco se ha mezclado con la neblina de la modernidad, el tabaquismo sigue siendo una pandemia silenciosa. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el tabaco mata a más de 8 millones de personas anualmente. En el Perú, este hábito continúa siendo un villano de la salud pública, con aproximadamente 16 mil muertes al año atribuidas a su consumo y enfermedades relacionadas.
En este tablero de ajedrez de la salud, los vaporizadores o “vapes” han entrado como un alfil controversial. Se mueven con la promesa de ser una opción menos dañina que los cigarrillos convencionales, y aunque esta afirmación tiene sus matices de verdad, no estamos hablando de un héroe sin capa, sino de un antihéroe con sus propios problemas.
La Universidad de Nueva York publicó en el “American Journal of Preventive Medicine” (2019) un estudio que vincula el uso del vapeo a enfermedades pulmonares crónicas. El vapor que parece inofensivo es en realidad una mezcla de sustancias químicas que puede incluir nicotina, propilenglicol y glicerina vegetal, que al calentarse pueden transformarse en nuevos químicos con efectos tóxicos.
A pesar de que algunos utilizan los vaporizadores para dejar el hábito del cigarrillo, un estudio de la Universidad de Stanford (“Journal of Adolescent Health”, 2020) sugiere que los jóvenes que empiezan por el vapeo tienen el triple de probabilidades de terminar fumando cigarrillos tradicionales, haciendo de este un puente peligroso hacia la adicción.
El “Journal of the American Heart Association” en 2019 publicó un estudio que asocia el vapeo con un incremento en el riesgo de ataques cardíacos, angina de pecho y enfermedad arterial coronaria. La nicotina, independientemente de la fuente, es un estimulante conocido por elevar la presión arterial y la frecuencia cardíaca.
La boca es la primera en recibir el impacto del vapor, y no se va sin dejar huella. Investigaciones apuntan a que los vaporizadores pueden contribuir a enfermedades periodontales y caries. Un estudio publicado en “iScience” (2020) mostró que el vapeo altera la microbiota bucal, potencialmente incrementando el riesgo de infecciones.
No solo es lo que entra en los pulmones, sino también el medio que lo lleva. Los dispositivos de vapeo pueden sufrir averías y causar desde quemaduras hasta lesiones graves por explosiones, como ha documentado la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA).
A pesar de estos puntos, es importante reconocer que, en términos de toxicidad global, los vaporizadores podrían considerarse como un mal menor comparados con los cigarrillos tradicionales, ya que estos últimos contienen un cóctel más complejo de sustancias cancerígenas y tóxicos reconocidos. Sin embargo, no olvidemos que “menos dañino” no es sinónimo de “saludable”. La elección de no fumar, en cualquiera de sus formas, sigue siendo la opción más beneficiosa para nuestra salud.
El desafío está en balancear esta narrativa, reconociendo que aunque el “vapeo” podría ser un escalón hacia abajo en la escalera del riesgo, idealmente no deberíamos encontrarnos en esa escalera en primer lugar. La prevención, la educación y la promoción de estilos de vida saludables son los verdaderos héroes en esta batalla contra el tabaquismo y sus modernos descendientes.
Las 5 mejores dietas basadas en evidencia científica para promover la salud
La inmunonutrición en pacientes con cáncer, ¿Qué es y por qué es tan importante?
Contenido GEC