Algunas parejas que la pasan mal, tras una infidelidad, creen que tener un niño será la solución porque unirá a papá y mamá. Y esperan que, al pensar ambos sobre todo en el niño, dejarán de enfrentarse y se perdonarán todo, hasta el engaño del varón que jura haber cambiado y que será el padre perfecto.
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Se considera que un bebé traerá paz y armonía, hará feliz a la pareja y que se olvide todo lo malo por el amor al nuevo integrante de la familia.
Sin embargo, terapeutas indican que el niño ‘funciona’ inicialmente, y por momentos, pero no unirá realmente a la pareja si es que el problema de fondo sigue sin resolverse entre los padres.
Y todo seguirá mal o se pondrá peor, afectando incluso al hijo, si no se perdonó la infidelidad y no se fijaron reglas claras para que no se repita. Eso porque las peleas se darán.
Cuando el conflicto sigue sin resolverse, de un momento a otro surgirán las malas contestaciones, las ofensas, el desinterés y, lo peor, recordarán la infidelidad y la sacarán en cara. Y el niño será el más afectado por las discusiones y eventuales disputas por la tenencia del menor si es que la pareja termina separándose.
Por eso, tener ayuda terapéutica es lo mejor ante una crisis por infidelidad, no buscar un hijo.
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