El reciente crimen de Jimenita demuestra el proceso de desvalorización de la vida humana en nuestra sociedad. Nos hemos desensibilizado a la pérdida humana. Como consecuencia, se ven crímenes cada vez más violentos y hasta con un elemento de sadismo.
La persona que los comete es portadora de un trastorno de personalidad de tipo sociopática, donde hay ausencia de empatía y de sentimiento de culpa.
En muchos casos, ha sido criada en una familia disfuncional. Se estima que un 3 a 4% de la población tiene rasgos sociopáticos, aunque la mayoría no comete crímenes. Una sociedad debe actuar como ‘contenedor’ para que estas personas funcionen dentro del marco legal. Ya se ha demostrado que la pena de muerte no tiene un efecto disuasivo. La psicoterapia tampoco ha sido efectiva. La mejor prevención es tratar a los niños con trastornos de conducta antes de que de adultos se conviertan en sociópatas. Y educar a los chicos para que tengan un mayor sentido de compasión y respeto a la autoridad.