Sentir un deseo desesperado por un caramelo o una gaseosa cuando estás con la soga al cuello no es debilidad, es una reacción biológica que te está jugando en contra. El estrés dispara una hormona que le pide a gritos a tu cuerpo energía rápida, y el azúcar es el atajo más tentador.
La Mg. Sarah Torres Obregón, docente de la carrera de Nutrición y Dietética de la USIL, explica que los productos azucarados activan el sistema de recompensa del cerebro, liberan dopamina y producen un bienestar momentáneo. Sin embargo, este efecto dura muy poco. Tras la subida abrupta de glucosa, el cuerpo libera insulina y se produce una caída brusca que genera mayor ansiedad, cansancio y el deseo de seguir consumiendo dulce.
La especialista comenta que hay factores diarios que hacen que tu necesidad de azúcar se dispare.
“Todo esto genera un círculo vicioso: más estrés, más antojos, más azúcar, más fatiga y más antojos”, señala Torres.
La clave está en darle a tu cuerpo lo que necesita de otra manera. La nutricionista Sarah Torres nos da estos tips fáciles de aplicar:
Combina tus comidas para sentirte lleno por más tiempo. Esto estabiliza el azúcar en tu sangre.
Las grasas saludables te mantienen lleno y feliz. ¡No les tengas miedo!
El magnesio ayuda a mantener tu energía y a calmar ese estado de ánimo inestable.
Programa tus comidas. Elegir snacks saludables (frutas, nueces, yogurt) entre comidas evita que llegues a la siguiente comida con un hambre voraz.
Lo que no se ve, no se antoja. Si no tienes caramelos ni galletas a la mano, es más difícil que caigas en el pico del antojo.
El estrés se maneja de forma activa, no escondiéndote en el dulce. Cuando sientas que te desesperas, haz una pausa: respira, estira tus músculos o escribe en un papel lo que te preocupa. Esto rompe el ciclo.
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