Criar no es moldear, es acompañar. Las pautas de crianza más poderosas no se imponen, se viven: con ejemplo, ternura y coherencia emocional.
Un niño que se siente visto no necesita gritar para ser escuchado. Validar sus emociones, permitirle expresarse, poner límites con amor y ser constantes es clave para un desarrollo sano.
La disciplina positiva no es permisividad, es firmeza con cariño. Gritar, castigar o avergonzar puede calmar a corto plazo, pero deja huellas profundas.
Educar con sentido es enseñar con el alma y el corazón; es formar seres humanos que se sientan seguros de sí mismos, capaces de amar y de ser amados. El verdadero éxito en la crianza se mide en la conexión, no en el control.
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