Detrás del 1 de noviembre, día de Todos los Santos, existe una historia que se remonta al siglo IV, cuando se estableció el 13 de mayo para recordar a quienes el Imperio romano martirizó y mató por difundir la palabra de Cristo.
En el año 359, san Efrén y san Atanasio ya indicaron tal fecha que desde el año 835 comenzó a celebrarse también el 1 de noviembre, cuando se consagró a los mártires, en Roma, el templo del Panteón, antes usado para adorar a dioses paganos.
Fue el papa Gregorio III (731-741) quien consagró una capilla en el Vaticano para dar culto a los santos y el 1 de noviembre lo dedicó “al Salvador, a santa María, a los apóstoles, a los mártires, a los confesores y a todas las almas justas”.
Para la Iglesia católica se definió el 1 de noviembre como único día de Todos los Santos cuando en el año 837 el papa Gregorio IV fijó esa fecha, se dice, porque era la época del año en que se habían realizado las cosechas y existían alimentos para los numerosos peregrinos, a diferencia de mayo, cuando faltaban víveres.
La fiesta no fue más solo un homenaje a santos y beatos, sino también a quienes abrazaron la fe en Dios y ya estaban al lado del Creador.
Para ortodoxos, luteranos y metodistas, el día de Todos los Santos es en mayo o junio, el primer domingo tras Pentecostés.
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