La niñez suele ser una de las mejores etapas de la vida: es cuando uno se siente capaz de todo, orgulloso de quién es y conectado con su esencia; sin embargo, en algún punto esto se quiebra y la ilusión, así como el amor propio, empieza a desmoronarse. Aparece una voz interna que critica sin descanso y la autopresión se vuelve parte de la rutina.
Hoy, cada vez más personas son extremadamente duras consigo mismas. Esto suele nacer de la inseguridad y de expectativas poco realistas, lo que termina afectando la autoestima y fomentando comportamientos autodestructivos.
Para cambiar esta forma de relacionarse con uno mismo, es necesario practicar la autocompasión: tratarse con la misma amabilidad que se ofrecería a un amigo o a un familiar. También es fundamental reconocer los logros y esfuerzos diarios, y construir una red de apoyo para sostenerse en los momentos difíciles.
En este proceso, es clave entender que los errores no disminuyen la grandeza de nadie. Todos avanzan con imperfecciones y están en constante crecimiento.
Otra parte esencial es dejar de culparse por lo que no salió bien en el pasado, perdonarse y seguir adelante, valorando el esfuerzo cotidiano por ser mejores personas. Nombrar las emociones también ayuda a reconocer lo que uno siente sin juzgarse.
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