El propio Jaime Bayly no imaginó que el cumpleaños número 37 de su esposa, Silvia Núñez del Arco, sería el peor día del año. Lo admite sin rodeos. Y es que lo que comenzó como un sábado familiar tranquilo terminó convertido en un episodio lleno de tensiones, silencios incómodos y una ruptura inesperada entre él y su hija adolescente.
“No imaginé que el cumpleaños de mi esposa sería el peor día del año. No estaba preparado para tamaña catástrofe”, inició Bayly su última columna para el diario ‘El Comercio’, la cual tituló ‘Infeliz cumpleaños’, y ha disparado una serie de comentarios en redes sociales.
Aquel día debía ser especial. En la víspera, Bayly había llevado a su esposa a una joyería y le había regalado cuatro costosas prendas de oro seleccionadas por ella misma. Con eso —cuenta— quedaba descartada cualquier sospecha de tacañería. Lo que no imaginaba era que ninguna joya podría salvar lo que ocurriría después.
Su esposa había organizado su día: almuerzo familiar, una tarde completa celebrando con su profesor de karate —quien también cumplía años— y finalmente una cena junto a Bayly y su hija. Esa parte no sorprendió al escritor: ella y el profesor realizaban juntos coreografías en las exhibiciones de karate y solían recibir ovaciones de pie por su afinidad sobre el tatami.
Bayly incluso compró dos perfumes y una botella de champaña para el profesor, decidido a evitar parecer un celoso. No era la primera vez que compartían momentos; incluso lo había hecho pasar a una fiesta de fin de año del hotel sin mayor reparo cuando su esposa se lo pidió.
“Yo estaba acostumbrado a que mi esposa tuviese grandes gestos de afecto con su profesor. Cuando nos lo encontrábamos casualmente en la isla, yo lo saludaba con particular aprecio. En la última fiesta de año nuevo, estando con mi esposa y nuestra hija en los salones de un hotel, disfrutando de una cena con orquesta y pista de baile, su amigo, el profesor de karate, llegó de pronto, sin haber pagado para ingresar a la fiesta, y mi esposa me pidió que lo hiciera pasar”, narró.
La idea era simple: ella volvería a casa a las nueve y cuarto de la noche para salir a cenar los tres juntos. Pero desde las nueve, Bayly y su hija estaban impecables y listos… y la cumpleañera nunca aparecía. Pasaron los minutos: nueve y cuarto, nueve y media, nueve y cuarenta y cinco. Ni mensaje, ni llamada, ni señales.
La hija empezó a preocuparse y, peor aún, a molestarse: días antes, su madre la había reprendido por llegar cinco minutos tarde a clase. Y ahora ella misma ya acumulaba una hora de retraso. Molesto también, Bayly dejó escapar frases que serían el inicio del desastre: dijo que su esposa seguramente estaba bebida y divirtiéndose, y que no le sorprendería que estuviera muy unida a su profesor de karate. Incluso se animó a soltar un mal augurio sobre el futuro de esa relación.
“Mi hija me preguntó si yo pensaba que mi esposa y el profesor eran amantes. Le dije: no lo sé, pero no me sorprendería. Luego añadí: el cuerpo de tu madre es de ella, no es mío, y ella es libre de estar con quien quiera”, confesó.
Todo, según prometieron entre ellos, quedaría entre padre e hija. Ninguno se lo contaría a la madre.
Finalmente, la esposa llegó a las diez y cuarto de la noche, pasada de copas, sin disculpas y algo contrariada. Bayly la trató con cariño y evitaron el tema. Pero la tensión ya estaba sembrada.
Cuando llegaron al restaurante, ya casi a las once, la cocina había cerrado, pero pudieron pedir desde el bar. Hasta ese momento, dice Bayly, él había logrado salvar la noche: sin reclamos, sin pleitos, manteniendo el ambiente en calma.
Pero entonces ocurrió lo impensado. La hija, abrumada por el enojo acumulado, se quebró y soltó todo. En plena mesa le dijo a su madre que, mientras la esperaban, su padre había afirmado que ella estaba enamorada y se acostaba con su profesor de karate. La reacción fue explosiva: la esposa lo acusó de mentiroso; la hija lo denunció ante su madre; Bayly intentó defenderse, débilmente.
“Enseguida le reproché a mi hija: Me pediste que no le contásemos a tu madre lo que habíamos hablado esperándola, me pediste que no le contara todo lo que tú me dijiste, y ahora eres desleal, rompes nuestro pacto y me acusas de haberla criticado, cuando en todo caso ambos la criticamos y además nos prometimos no joderle la noche, y ahora se la hemos jodido”, contó Bayly en una columna que ha sorprendido a sus seguidores.
La calma se rompió de inmediato. Su esposa lloraba, bebía vino y sufría hipo por la emoción desbordada. Su hija lloraba también. Y Bayly, en medio, quedaba como el villano de la noche, traicionado por su propia hija, a pesar de que —recuerda— ella le había pedido que no dijeran nada.
El escritor se sintió maltratado por ambas: por la impuntualidad de su esposa y por la infidencia de su hija. Y aunque trató de mantener serenidad, reconoce que tal vez se equivocó al hablar con la adolescente como si fuera adulta.
“Mi hija lloraba y no comía. Yo no lloraba. Me sentía maltratado por la impuntualidad de mi esposa y la infidencia de mi hija. Fue un momento tenso y contrariado, la peor noche del año. Tal vez cometí un error al hablar con mi hija como si fuese una persona adulta, cuando no lo era. Y ella no supo guardar un secreto, fue infidente, es decir idéntica a su padre, y me denunció como insidioso, intrigante y cizañero ante su madre”, describió.
De regreso a casa, nadie habló. Bayly no durmió, pese a tomar varias pastillas. Al día siguiente, el domingo transcurrió entre silencios y desgastes. Tan afectado quedó por la pelea, que tomó una decisión drástica: cancelar los viajes familiares que tenían planeados a Buenos Aires y París.
Para Bayly, esa noche quedará marcada como una de las más duras del año. Y lo más doloroso no fue la tardanza de su esposa ni la cena fallida, sino el quiebre inesperado con su hija, la misma que lo expuso frente a su madre rompiendo su pacto secreto.
Una crónica familiar donde no hubo golpes de karate, pero sí heridas que tardarán en sanar.
Contenido GEC