
Hola, mi gente linda de La Fe de Cuto. En mi humilde paso por la pelotita, hay dos presidentes que marcaron mi carrera —espero que nadie se moleste—. Uno es Alfredo Gonzales, en Universitario, y el otro es mi invitado de hoy. Él me dice “mi capitán” y yo le digo “mi presidente”. Me lo han pedido hace tiempo, él me dijo: “Tranquilo, Luchito”. Así que les presento a mi invitado: Edwin Oviedo.
Mi capitán campeón, que no es lo mismo. Dios ha permitido que estemos aquí y me siento muy honrado de aceptar tu invitación. Estoy aquí por esos recuerdos inolvidables que vivimos en el Juan Aurich. Pasamos de todo: momentos difíciles y de gloria también. Siempre es bueno contar la historia para que las nuevas generaciones sepan qué sucedió.

Usted es de Urcos, Cusco. ¿Cómo terminó en Chiclayo?
Esto lo cuento en el libro que me atreví a escribir. Pasé una niñez en la que mi madre me envió a trabajar a La Parada y después fui a Chiclayo con ánimo de seguir creciendo empresarialmente. Luego tuve la oportunidad de asumir como dirigente deportivo del Juan Aurich.
Más adelante cuento cómo llegué a la FPF y las etapas duras en los temas judiciales, donde estuve preso más de 500 días de manera injusta. Pero, gracias a jueces valientes que analizaron que la sustentación fiscal no tenía fundamentos, tres jueces me declararon inocente y otros tres ratificaron el fallo. Esa fue una etapa dura que también relaté en mi biografía. Casi diez años después, finalmente me declararon inocente.
Desde el inicio siempre estuvo rodeado de su familia, ¿no?
Los hermanos siempre trabajamos en La Parada. Mi hermana Áurea y todos nos fuimos involucrando en el comercio en una zona ‘picante’ como Sebastián Barranca, en La Victoria. Mi trabajo era ir a comprar azúcar a las empresas azucareras en Trujillo —Casagrande, Cartavio, Laredo— y también viajaba a Chiclayo, Pucalá y Tumán. Por los años 90 se nos presentó una oportunidad para comprar el 10 % de acciones en una de estas empresas y lo hicimos.

¿Y por qué estaban vendiendo?
Esa empresa (Pomalca) pasaba por un momento de caos financiero. El tema social era delicado y ellos ya no querían seguir. Las acciones estaban baratas porque nadie quería comprarlas. Para nosotros era una oportunidad y representaba nuestro paso a la industrialización. Así llegamos al norte del país.
¿Y cómo empieza en el fútbol? Usted agarra el Aurich cuando estaba peleando el descenso y el equipo olía a cadáver. ¿Cómo se animó a comprar el club?
En ese momento difícil, Juan Merino me dice: “Estamos pasando un momento complicado, me gustaría entregarte el club”. Yo le dije que no, porque de fútbol no sabía. Le pedí que buscara a algún chiclayano, pero me dijo que nadie quería aceptar.
Entonces hablé con mi familia. Mi hermana me dijo: “¿Tú qué sabes de fútbol? ¿Para qué nos vamos a meter?”. Pero yo sentía que era un tema de gratitud, porque el Aurich representa a Chiclayo y esta ciudad siempre nos abrió las puertas para hacer empresa. Nos pedían salvar la categoría y pensé que debíamos dar una mano. Solo faltaban tres o cuatro meses para que acabe el campeonato, así que aceptamos.
¿Y qué fue lo primero que pasó?
Lo primero era decidir qué técnico traer. Estaba Mifflin, pero me dijeron que estaban disponibles Juan Reynoso y Franco Navarro. El primero tenía estudios programados en el extranjero. Entonces hablé con Franco y me dijo: “Pero el Juan Aurich ya está descendido. Además, cuando un técnico desciende se devalúa más… Entonces, ¿para qué te metes?”. Yo le respondí: “Me tienes que ayudar”. Lo escuché en silencio hasta que me dijo algo…
¿Qué le dijo, mi ‘coach’?
“Acepto, pero con una condición: dirijo estos tres meses y hacemos un contrato de un año para regresarlo a Primera División”.
El plantel también era bravo…
Sí, había escuchado algunas historias en unos departamentos… Había muchachos que sufrían de insomnio… jajaja. Lo mejor en ese momento era tenerlos a todos en un solo lugar, con concentración rígida. Los juntamos y los muchachos colaboraron. Aceptaron ese régimen, no había otra manera. Así peleamos esa lucha por no descender.
Usted le depositó a Chará sin saber si iba a regresar, y eso alimentó la confianza de todos. Y al final Chará nos salva con ese golazo en Tacna desde 20 metros.
Claro, le depositamos porque queríamos generar confianza. Yo vengo del sector empresarial y allí vale la palabra. Él se había ido resentido, así que para corregir lo equivocado había que recuperar la confianza. Y nos devolvió con creces: primero con ese golazo en Tacna y después con el más importante, el que marcó ante Atlético Minero en los playoffs de la baja.
El campeonato ya había acabado y en ese partido extra en Matute, con ‘Chiquito’ Flores en el arco rival, salvar la categoría fue una emoción que nunca había experimentado. Ese 2-1 fue inolvidable.
Franco siempre nos decía: “¿Qué más quieren?” Y en Tacna le ganamos al Bolo de Reynoso…
Había que hacerlo, como en su momento se hizo con la selección peruana —a otro nivel, claro—. Estábamos en una situación tan difícil que la única manera de lograrlo era con el mejor descanso y alimentación. Nuestra chamba era poner todas esas condiciones y dar soporte.

Después viene ese 2009 donde le dicen el ‘Abramovich del Norte’, jalando a Erick Delgado, al ‘Chasqui’ Álvarez y a Mayer Candelo.
El equipo que había salvado el descenso después fue competitivo. Me olvidé que habíamos tomado el club solo por tres meses. Franco Navarro me fue enseñando cómo hacer contratos y cuándo contratar. Ese 2009 debimos campeonar.
Como capitán le digo que si Franco se quedaba, lo hacíamos. Estábamos a 8 puntos del puntero y llegaron Reimond Manco y Luis Advíncula…
Concuerdo. Estábamos peleando el campeonato, pero en el fútbol suceden cosas. Uno va aprendiendo y tomando mejores decisiones año a año. Ya no participábamos, ahora competíamos. Me envolvió el cariño del hincha del Juan Aurich.
En el 2010 quiero que le cuente a mis amigos de La Fe de Cuto cuando el colombiano Luis Fernando Suárez le dijo que no me quería en la temporada que llegaba…
Sí, recuerdo que nos reunimos en un hotel de San Isidro. Antonio García Pye me dijo: “Cuto, te conozco desde chico y el presidente no sabe qué hacer. Acabo de llamar a Suárez a Colombia y él no te tiene en sus planes, pero Oviedo quiere que te quedes…”. Entonces yo le respondí que el club estaba por encima de todo y me fui. No lloré en ese momento, pero sí me resentí.
Por eso después me hizo sufrir para volver…
Claro. Después, cuando llegué a mi casa, Franco Navarro me llamó y me dijo: “Vámonos a León de Huánuco”. Hicimos un campañón. Y después vino esa negociación para volver al Aurich que duró más de una semana…
Acabo de enterarme de por qué fue tan complicado que regresara…
Tuve que acudir a muchas personas para ayudarte a convencerte. Incluso fui hasta tu casa.
Mi mamá quedó sorprendida de verlo en la puerta. Usted me dijo que tenía que hacerlo porque la gente en Chiclayo lo pedía, que querían que regrese su capitán…
Y era la verdad.

Yo estaba en una encrucijada porque le había dado mi palabra a los dirigentes de León y a Franco de que iba a seguir…—Sí, pero mi hermano, mi mamá y mis amistades me hicieron entender que tenía 35 años y que el presidente te quería llevar. Tuve que esperar para hablar con Franco.
Estaba muy difícil convencerlo…
Sí, y tuve que proponerte tres años de contrato si querías. Los dirigentes de Huánuco tuvieron chance hasta las seis para mejorar la oferta. Cuando llegué, había un equipazo: Cachete Zúñiga, Diego Penny, Nelinho Quina, Roberto Merino, Reimond Manco, ‘La Comba’ Cueto, el ‘Pana’ Tejada, Roberto Guizasola, Pedro Ascoy, el ‘Periquito’ Chiroque, Renzo Sheput y Ricardo Ciciliano (que en paz descanse). También el paraguayo Edgar Balbuena, que jugaba muy bien.
Era una familia la que se formó…
Sí, la conformamos con el profesor Umaña… pero sabes que él no estaba en los planes para dirigir ese equipo. Nosotros pensamos en Juan Reynoso. Él llegó en 2010 para reemplazar a Suárez. Le hice un contrato de dos años y cuatro meses, algo que nunca se había hecho.
¿Y qué pasó?
Cuando me dio la lista de jugadores para contratar, le pedí opción uno y opción dos. Del plantel me faltaban tres futbolistas porque eran de Universitario y tenían contrato vigente con la ‘U’.
Cuando usted me fue a buscar, me mintió sobre lo de Reynoso…
Es cierto. Me preguntaste si Juan sabía que ibas a llegar y te dije que sí, que él estaba de acuerdo. Cuando llegaste al aeropuerto, a tu lado estaba Reynoso… Eso lo cuento en el libro: por qué renunció Juan Reynoso.
Él me dijo: “Necesito a esos tres jugadores de la ‘U’. Yo quiero campeonar, pero si ellos no están, las opciones son menores”. Entonces agregó: “Vamos a rescindir el contrato”. Le respondí que había una cláusula, que él debía pagar, y me dijo: “¿Cómo se te ocurre?”.
Y ahí decidió cortar por lo sano…
Exacto. Pensé: para qué tener a alguien contra su voluntad. El entrenador debe estar comprometido, y si no lo está, es mejor que se vaya. Ese mismo día rescindimos el contrato y traje a un técnico que ya había campeonado: Diego Umaña, que venía de salir campeón con Junior de Barranquilla y sabía la ruta. Esa temporada hicimos historia.
Fue inolvidable…
Sí. Recuerdo que ese tercer partido, después del gol en Matute de Cachete Zúñiga, costó mucho. No querían que se juegue, había un montón de pretextos, que no había garantías… Ahí se involucró la parte dirigencial. Había que decidir dónde se iba a jugar. Convencimos al Ministerio del Interior y a las demás autoridades de que se tenía que disputar.
Por eso nace la frase de “La Fe de Cuto”, cuando se quería jugar a una hora y después a otra…
Esa noche, antes del partido, los reuní y les dije que tal vez sería mi último encuentro como presidente del club. Me preguntaron por qué y les recordé que solo había aceptado por cuatro meses y ya llevaba tres años. Les dije: “Si no hay resultados, no puedo seguir, dejaría la presidencia”. Necesitaba sacudirlos.
Y eso los movió…
Sí, nos quedamos pensando. Después vino el recibimiento en Chiclayo. Nosotros pedimos festejar con nuestras familias y luego apareció ese mirabús, como lo hace el Real Madrid o el Liverpool. Era un mar de gente, todos salían de sus casas. Mostraban la copa, la medalla de campeones nacionales… llegamos hasta la plaza principal. Todo el pueblo estaba orgulloso. Ahí nació “La Fe de Cuto”.
El ‘Pana’ Tejada no solo hizo goles…
Así es. También nos generó mayores ingresos. Su transferencia ayudó mucho al club. Siempre agradecido con él y su familia.
¿Cómo fue esa transferencia?
En 2012, después de campeonar como máximo goleador, recibimos una llamada del Toluca de México. Querían un préstamo con opción de compra. Dije que no. Envié a nuestro gerente a negociar y pedimos dos millones de dólares. Ellos ofrecieron 300 mil, luego 500 mil, después un millón. Les planteé dos opciones: pagar un millón 200 mil al contado, o un millón más 500 mil si el ‘Pana’ superaba cierta cuota de goles. Pagaron el millón 200 mil en efectivo y el ‘Pana’ los llevó a jugar la final ante el América.
Cuéntele a “La Fe de Cuto” cuando el ‘Pana’ se indignó porque usted era el mejor pagado del Aurich…
El ‘Pana’ había jugado en Nacional de Colombia, pero se fue porque no pagaban. Suárez me pidió un uruguayo, pero yo primero traté con Tejada porque sabía que rendiría en cancha sintética, como la del Aurich. Cuando se enteró de mi sueldo, me dijo: “Me han dicho que mi capitán gana más que yo, y eso no pasa en ningún lugar del mundo”. Le respondí: “Vamos a mejorarte, pero necesito que hagas tantos goles”. Después supe que les decía a los volantes: “Si me das un pase de gol, te doy tantos dólares”.

¿Y qué pasó con Rinaldo Cruzado, que no quería irse?
Ese año era la Copa América de Argentina. Su representante me habló de una oferta de la Serie A, 300 mil dólares para el club. Pedí hablar con el presidente del equipo. Viajamos a Italia y nos reunimos con el Chievo Verona. Ellos tenían el contrato listo para el jugador, pero no habían cerrado con el club. Nuestro directivo César Vento les dijo que el precio era 2 millones.
Esa reunión no duró ni cinco minutos. Dijeron que el jugador había estado lesionado, que tenía 26 años, que estaba en el límite y otras cosas más. Les pregunté si era posible conocer al presidente del club y me respondieron que no, que estaba en Milán. Todo se frustró y me preocupaba porque el jugador estaba ilusionado.
¿Intentaron insistir?
Sí. Yo quería que se quede, y Umaña también. Los invité a ver una ópera muy bonita y, en eso, suena el teléfono: era el director deportivo. Nos dijo que el presidente llegaba ese día y que podíamos reunirnos. Como nos había tratado un poco duro antes, le respondimos: “Hoy no, puede ser mañana en un almuerzo”.
¿Cómo fue ese almuerzo?
El presidente fue muy amable. El director deportivo llegó a ofrecer medio millón de dólares, pero dijimos que no. Al día siguiente, cuando ya regresábamos y estábamos llegando al hotel, el representante me dice: “Estoy molesto con usted, ha rechazado medio millón”.
¿Qué le reclamó el representante?
Me dijo: “Usted no ha invertido nada en el jugador, no ha sido de sus canteras, están recibiendo medio millón de dólares, ¿cómo es posible que no acepte?”. Luego añadió que tenía que irse a Alemania a ver a Jefferson Farfán y se fue.
¿Cómo reaccionó Rinaldo Cruzado?
En la habitación, mientras pensaba, entra una llamada: era Rinaldo. Me dijo: “Presidente, ¿cómo me va a hacer esto? Es mi oportunidad de regresar a Europa...”. Yo le respondí: “Estamos negociando, tú confía. Mañana tenemos otra reunión”.
Llamé a Umaña para plantearle la situación y preguntarle si con Rinaldo nos aseguraba el título. Él me dijo: “En el fútbol nada te asegura nada”.
Entonces les dije a los italianos: “850 mil dólares por nuestro mejor jugador”... y aceptaron. Después, Raúl Gonzales me ve y me dice: “Presidente, mis respetos… no pensé que iban a firmar por esa plata”. Mi inicio de comerciante me sirvió para negociar.
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