“Eso es lo más parecido al infierno”, dijo un preso que salió en libertad del Centro de Confinamiento del Terrorismo (CCT), la prisión que ha construido el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, para encarcelar a los miles de pandilleros que tenían secuestrada y en pánico a la población salvadoreña durante décadas enteras.
La cárcel, que se construyó en siete meses y la inauguró el mandatario el año pasado, es un búnker inexpugnable. Hasta hoy, ningún periodista ha podido ingresar a su interior. Todo lo que se sabe es por la declaración a un medio del mencionado preso, quien salió en libertad luego de que se demostrara su inocencia, y por la información que difunde el gobierno.
Narró que se turnaban para dormir. Un turno dormía echado y el otro parado. Cuando se cumplía el tiempo, cambiaban el espacio.
Los reos viven en situaciones extremas, nunca antes vistas, ni siquiera en la imaginación de los creadores de las películas penitenciarias más aclamadas. Están totalmente incomunicados con el exterior, duermen en láminas de hierro sin colchonetas. Cada celda alberga a cien presos, quienes solo cuentan con dos lavabos y dos inodoros para todos ellos.
Es la cárcel más grande del mundo, tiene una extensión de ¡116 hectáreas!, en parte de las cuales se han levantado enormes edificios en donde están las celdas. El perímetro está rodeado por un muro de dos kilómetros de longitud y once metros de altura, a prueba de bombas y electrificados con cargas de 15 voltios. Tiene cuatro anillos de seguridad (compuesto por 600 militares y policías), celdas de castigo en donde no ingresa un solo rayo de luz y 19 torres de vigilancia.
A los presos solo se les alimenta dos veces al día. No tienen derecho a reunirse entre ellos y menos pasear en el patio. Así es la prisión a la que muchos también llaman ‘la cárcel maldita”.
El plan Bukele se ha puesto de moda y muchos peruanos reclaman hacer lo mismo en nuestro país. Este columnista discrepa de aquello. Nuestra realidad es totalmente diferente. Empezando por la extensión del territorio: todo El Salvador es mucho menos que Tacna y Moquegua juntas.
Eso sí, la cárcel de Bukele es la otra cara de la moneda de lo que sucede en las prisiones peruanas. Durante décadas, esos lugares han sido escuelas del delito desde donde se perpetran crímenes, asaltos, secuestros, en contubernio con malos policías y agentes penitenciarios. Lo he visto con mis propios ojos y escrito hace unos años cuando ingresé como visita al penal de Lurigancho.
Aunque, hay que ser justos, existen muchísimos reos inocentes, con procesos eternos, y otros que buscan rehabilitarse y lo logran.
Actualmente, el jefe del Instituto Nacional Penitenciario (Inpe) es Javier Llaque, uno de los funcionarios que más sabe del sistema penitenciario. ¿Se aplicará el plan Bukele en las prisiones? Nos vemos el otro martes.
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